Me ha conmovido la muerte en Bogotá del doctor Marino Jaramillo Echeverri, figura brillante en la historia política e intelectual de Caldas en la segunda mitad del siglo XX. El conocimiento que tuve desde muy temprano en mi vida de su personalidad, de la ortodoxia de su pensamiento, de sus resonantes actuaciones parlamentarias, del ejercicio del derecho, de su actividad académica, de su cultura histórica, jurídica y literaria, de la media docena de libros que publicó y de los que trabajó en los últimos años, fueron oportunidades para dimensionar una constante vocación intelectual.
Nació en Neira el 12 de septiembre de 1923. Fueron sus padres José Jesús Jaramillo y Soledad Echeverri Hoyos. Desde la infancia, le tocó padecer el inicio de la violencia política con sus consecuentes desplazamientos, en la tercera década del siglo pasado. Él mismo lo testimonia: “En nuestra niñez nos tocó vivirlo. Nuestra familia como muchas otras, tuvo que abandonar a Salamina, lugar de residencia, buscar acomodo en Aranzazu, y salir de este precipitadamente; en ambos casos por presión política ejercida por quienes, en esos dos municipios de mayoría conservadora, empezaban ya a soñar con su propia hegemonía”.
En Manizales estudió en el Colegio de Cristo donde hizo su bachillerato y de aquí partió a Popayán, para estudiar en la Universidad del Cauca, en la que se graduó en derecho, ciencias políticas y sociales. La experiencia universitaria fue también oportunidad para desplegar su inteligencia. En esa histórica ciudad le tocó la muerte del maestro Guillermo Valencia, símboloentonces de la cultura nacional. Hizo periodismo con su hermano Octavio y otros jóvenes intelectuales caucanos y llegó a ser secretario privado de la Gobernación del Cauca. Vuelto a Manizales, comenzó a ejercer la profesión y a tener una activa participación política. También la cátedra. Eran los tiempos de la dictadura del general Rojas Pinilla. Tuvo una definida raigambre en la corriente conservadora que militó hasta su muerte el caudillo Laureano Gómez. No obstante, bajo el gobierno del coronel Gustavo Sierra Ochoa dio su brazo a torcer aceptándole la Secretaría de Gobierno, por lo que se ganó el reproche de sus compañeros. También fue Gobernador encargado. Pero siempre fue afín al llamado “Escuadrón suicida”, el grupo de jóvenes conservadores que, cerrado El Siglo, en Diario Gráfico y en actividades clandestinas, le hacían oposición al gobierno de Rojas. La revista “Prometeo”, de los intelectuales conservadores Diego Tovar Concha y Belisario Betancur y el periódico La Gente, réplica conservadora del semanario La Calle, de Alfonso López Michelsen, movilizaban las ideas de las que Jaramillo hacía eco.
Hizo parte de esa primera Asamblea de Caldas, posterior a la dictadura, en la que Jorge Mario Eastman, Augusto Correa Echeverri, Rodrigo Marín Bernal, Mario Calderón Rivera y otros que integraban la nueva generación política, auguraba una visión distinta del país. No obstante la fidelidad a un pensamiento, Jaramillo enrumbó en ocasiones por vías distintas a las indicadas por las directivas de su partido. En Manizales lideró la campaña de la candidatura disidente del conservador Jorge Leiva, frente a la del liberal Alberto Lleras, para la primera presidencia bajo el Frente Nacional.
Su llegada al Congreso fue un acontecimiento destacado por los medios de todos los partidos, que le concedieron grandes titulares a sus intervenciones, por la contundencia de sus debates y el fulgor oratorio de que hacía gala. Fue el primero en abanderar las dos candidaturas de Belisario Betancur. No tuvo la carrera política que merecía su talento, y en los últimos años tuvo un protagonismo infausto como precandidato conservador en 2001, y cuando el general Harold Bedoya Pizarro en el 2002 lo incluyó en su segunda malograda candidatura a la Presidencia, como vicepresidente por el Movimiento Fuerza Colombia. El talento del ilustre caldense tuvo una mejor aplicación en los institutos culturales de los que formó parte. Además de estudios de economía en Israel, una interesante vida diplomática como embajador en Paraguay, en Bulgaria, en la antigua Checoeslovaquia y como partícipe en eventos internacionales en la Unesco y en Washington, le ampliaron el mundo de sus apetitos mentales, y una más honda y objetiva concepción de las ideas políticas y de la historia.
Fue requerido varias veces como conjuez por los altos tribunales, presidió Conalbos nacional, dictó cátedra de Derecho Público en varias universidades, pero fue la dedicación a los grandes pensadores y a la historia de Colombia la que hizo de él un estudioso, un escritor de sesudos ensayos, un respetado miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, de las Academias de Historia de Colombia y de Bogotá, de la Academia de Jurisprudencia, de la Sociedad Bolivariana, y presidente del Centro de Estudios Colombianos, por el que fue condecorado con la “Orden del gran Mérito”, junto con el eminente profesor Emilio Robledo Uribe, en diciembre del 2003.
Sus obras atestiguan su incansable tarea intelectual: Introducción al Derecho penal colombiano (1957); Liberales y conservadores en la historia: itinerario de las ideas y del poder (1972); Dioses yhombres (2000); El primer hombre moderno (2001); Oposición y violencia en Colombia 1920-1934 (2003); Bolívar y las ideas políticas; Una constitución para un país mejor. Los libros inéditos que dejó listos, como De la monarquía imperial a la monarquía cristiana (2004); Lo oculto y lo fantástico; La ciudad de Dios y la ciudad del diablo; Unos bárbaros llamados godos; el estudio filosófico-jurídico sobre la “Politeia” de Aristóteles y sobre todo, sería importante poder editar la segunda parte de Oposición y violencia (1934–1960).
La desaparición de Marino Jaramillo Echeverri el pasado 19 de marzo, nos apena, y remueve las claves de lo que hemos sido los caldenses en el último medio siglo.
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