Decidimos irnos de vacaciones al golfo de Morrosquillo y que fuera en carro y así cumplir con el eslogan "Vive Colombia, viaja por ella". Lo que esa propaganda no dice es en qué condiciones se encuentran las carreteras de Colombia. Nunca me imaginé que la pesadilla de las vías colombianas fuera del tamaño de una ¡tractomula!
Después de llegar a Medellín, continuamos por el Valle de Aburrá a través de una autopista de tres carriles; la cosa pintaba bien y yo me sentía en el primer mundo hasta que empezamos a subir la montaña y me bajaron a un país tercermundista con una carretera de mediados del siglo XX: estrecha, llena de curvas sin visibilidad y abarrotada de tractomulas.
Empezamos bordeando el macizo del Paramillo por una carretera estrecha, estilo sopa de anzuelo, de esas, que si se encuentran dos tractomulas en una curva, una tiene que esperar para que la otra pase. Al principio, nos encontramos con camiones y fuimos detrás de ellos, "chupando camión", como reza el dicho popular, con paciencia y ensordecidos por el ruido de esas máquinas. Luego, empezaron a aparecer carros y motos convertidos en camicaces que adelantaban en esas curvas cerradas y sin ninguna visibilidad y vimos cómo se volvían delgados al encontrarse un camión de frente y, como por arte de magia, encontraban un huequito que los salvaba de una muerte segura.
Después de un tiempo entendimos que había que adelantar, aunque no hubiera cómo. Con mucho esfuerzo y gran estrés nos pasamos dos y luego tres, en los pequeños tramos de visibilidad que había en la carretera. Pero la felicidad duró poco. De pronto, todo se quedó quieto: éramos los últimos de una cola interminable de tractomulas represadas por un accidente.
Después de una hora parqueada en un frío "delicioso" entre la neblina que no permitía ver a un metro de distancia, una camioneta de transporte público llegó a nuestro lado y empezamos a conversar.
El conductor nos dice -este es el pan de cada día en esta carretera. Lo que hay que hacer es que cuando nos den vía nos vamos todos los carros encaravanados por la izquierda. -Eso es una locura-, dije yo- ¡cómo nos vamos a pasar la cola y con semejante carretera!, además, no se ve nada con esa niebla. Pero mis reflexiones no sirvieron de nada, él como una flecha nos guió a los cerca de diez automóviles que estábamos en ese tramo del trancón. Creo que fueron como cien tractomulas que nos pasamos de un solo trago.
Luego de semejante angustia empezamos a bajar la montaña y otra realidad de mi país se me puso de frente: a lado y lado de la carretera, casas de plástico negro llenas de niños que piden limosna a quienes pasen por ahí. Desplazados de este país en guerra viviendo en condiciones de pobreza extrema. Yo quería parar, hablar con ellos, preguntarles de dónde venían, porqué estaban allí, pero los pasajeros del carro no querían parar y ver pasar las tractomulas que con tanto esfuerzo habíamos adelantado unos metros atrás.
Realmente, uno de los grandes cuellos de botella del desarrollo de nuestro país es la infraestructura, pero el tiempo pasa y no se ven las vías ni otros medios de transporte. Por ejemplo, en mis sueños viajo por el río Magdalena que lleva por sus aguas el progreso y cuando me despierto, solo lo veo contaminado y abandonado. También sueño con trenes que llevan más de doscientos contenedores (como en los países del primer mundo), pero solo veo el tren de Buenaventura y me pongo a llorar.
La excusa siempre han sido las montañas y la geografía colombiana, pero otros países han sabido superar este tipo de topografía con tecnología y pensando en grande, es decir, autopistas de tres carriles; túneles que atraviesan montañas y trenes que van por las alturas como algún día estuvieron en Colombia. No podemos seguir pensando que con tractomulas que solo pueden llevar un contenedor a la vez, tendremos el progreso que necesitamos.
Entonces, preferí no pensar más en el tema y pensar en lo mundano, deleitándome con el paisaje del valle de Sucre que nos llevó a Montería, Lorica, Sanantero y, al final del día, por fin al mar…
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