Jorge Abel Carmona Morales*
Abruman de esta película no solamente el despliegue de talento de dos directores jóvenes que luego de obras tan renombradas como Good time, protagonizada por Robert Pattinson, sigan realizando películas valiosas, propias de un cine independiente que en nada riñe con el cine comercial actual, sino también, la exuberancia de un Adam Sandler que interpreta a un joyero judío ludópata, acostumbrado a endeudarse compulsivamente para cubrir deudas anteriores, pero sin la más mínima consideración con los acreedores, muchos de ellos cercanos a la mafia de ese Nueva York marginal, pero al cual acuden millonarios en busca de una gema estrambótica. Su nombre es Howard Ratner. De su amor por la familia quedan los pequeños sacrificios de tiempo como los abrazos o caricias a sus dos hijos mayores que ven a un padre ausente sumirse en relaciones de dudosa procedencia y los encuentros con los amigos judíos que se atreven a prestarle plata para sacarlo de apuros. De su amante compañera de trabajo queda una entrega total a aquel hombre desenfrenado cuyo amor por las joyas queda manifiesto en ese local atiborrado de piedras preciosas del que ya forma parte un ópalo negro proveniente de una mina etíope, de la cual se prende Kevin Garnett, el famoso jugador de los Boston Celtic que hace su debut como actor.
La película de Joshua Safdie de 35 años y Benjamin Safdie de 33 años, está acompañada de una música a cargo de Daniel Lopatín cuyas remembranzas ochenteras contribuyen a acrecentar el vértigo de esta obra repleta de sensaciones contrapuestas, personificadas por ese hombre sin escrúpulos que se bate en la espesura del barro que lo envuelve y del cual no puede salir, pese a que los espectadores fácilmente se podrían poner del lado del personaje principal. El año de ambientación es el 2012 y elegido por este par de hermanos que provienen del cine independiente sin que por ello, puedan inscribirse tajantemente en un tipo de cine particular debido a su libertad formal y narrativa. Parece importarles poco hacer lo que sienten y piensan en sus obras. La atmósfera de este filme es agobiante, los diálogos son ingeniosos, la narración se lleva de manera ascendente hasta que la tensión llega a su cúspide, los espacios a veces se vuelven opresores, reina la claustrofobia adornada con luces internas de apartamentos que parecen bares nocturnos, mientras afuera los grandes edificios de Manhattan no se muestran. Aquí lo importante son los edificios construidos por esas relaciones interesadas y poco sinceras de los personajes. Aparece siempre la duda que es paliada un poco por las mentiras y la personalidad ligera de un hombre que tiene aspiraciones de grandeza en la que descansa esa confianza desmedida en la suerte propia y ajena para conseguir lo que quiere.
Un preámbulo como el que entraña Diamantes en bruto relaciona la pestilencia del trabajo mal pago y peligroso al cual se exponen los mineros de ciertas regiones oprimidas por la economía salvaje, desprendimiento lógico del capitalismo salvaje que origina hombres como Hartner y las entrañas del personaje que se practica una colonoscopia para descartar el cáncer tradicional que ha matado a varios miembros de su parentela. Los directores parecen decirnos, con las armas propias de un cine cercano al ritmo narrativo que tienen las películas más comerciales posibles, que la podredumbre del sistema económico actual es un círculo vicioso que arruina los comportamientos éticos de hombres y mujeres que ven a los otros como medios que son desplumados por las ansias de dinero a como dé lugar en un mundo aparentemente lleno de posibilidades para todos. El ópalo negro es un símbolo del absurdo que implica el cúmulo de relaciones que se tejen, en el mundo, especialmente en el centro del capitalismo mundial. De este comienzo desconcertante parte un vértigo de emociones que se personifican en todos los hombres y mujeres que se vinculan con este joyero judío sin escrúpulos, cuya tragedia vital genera conmiseración porque el espectador comprende que todo lo que le sucede a Hartner está por fuera de su alcance; su comportamiento es jalonado por las circunstancias que se vuelven adversas por las condiciones del medio económico. Esa sensación fílmica queda corroborada con el final abrupto luego de tantos mensajes afectuosos para con los espectadores.
Foto/Tomada de https://bit.ly/3e4Dcuc //Papel Salmón
Adam Sandler demuestra en esta película que puede hacer un papel sobresaliente en cualquier momento.
Esa interpretación de uno de los actores más vilipendiados del campo cinematográfico que ha recibido las peores críticas interpretativas fundadas con razón, desconcierta por su alta calidad. Sandler parece decirnos que ha hecho películas horripilantes porque así lo ha querido y que puede hacer una interpretación sobresaliente cuando a él se le antoje. Las actuaciones pasadas han sido difuminadas y ahora, encontramos tal vez un regreso, luego de una gran película de Paul Thomas Anderson, Embriagado de amor. Si bien el trabajo de este actor que ya ronda los 53 años es digno de exaltación, hay que decir que el guion es el soporte fundamental de una apuesta en escena impecable, donde se destacan primeros planos absorbentes, zooms bien elegidos y un clima asfixiante que no sueltan las sensaciones de los espectadores ni un solo momento, pese al metraje de la película que alcanza los 136 minutos.
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Esperemos que los hermanos Safdie sigan trabajando en función de un cine propio, que los vericuetos de la vida no tuerzan su camino hacia la autoría libre. Con su juventud ya cuentan con la anuencia de productores como Martin Scorsese que les dio su bendición y que seguramente seguirá respaldándolos.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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