Adalberto Agudelo Duque*
Los historicistas nos contaron que el 20 de julio de 1810 se dio el ‘grito de independencia’ en Santafé de Bogotá. Mintieron. Mienten. No fue un grito. Fue un pronunciamiento, una asonada estudiantil orquestada por los colegios mayores de la época de San Bartolomé, Santo Tomás y El Rosario. José Acevedo Gómez, a quien bautizaron como ‘tribuno del pueblo’, fue designado para que los estudiantes tuvieran voz en el cabildo convocado para la ocasión. En realidad, la aristocracia criolla, clasista, esclavista, latifundista, se apropió del descontento de los jóvenes que, desde 1808 o antes, repartían hojas revolucionarias durante un largo período llamado la guerra de los pasquines.
También mienten sobre los sucesos del 7 de agosto de 1819. Historiar una batalla entre 3.000 soldados ‘realistas’ y 2.600 ‘patriotas’ es una mentira descomunal: ¿quiénes hicieron los uniformes, dónde las costureras? ¿Cómo los alimentaron, dónde los cobijaron? ¿Cuáles los pertrechos? El mismo espacio alrededor del puente es muy pequeño para una contienda de esa probable magnitud. ¿Mienten las cifras? Pero lo más grave es que afirman que el ejército ‘español’ estaba compuesto en su totalidad por venezolanos. Y la mayoría del otro, el ‘independentista’, el de Bolívar, el carnicero de Pasto, eran igualmente de venezolanos. Como quien dice, pueblo contra pueblo. Allí combatieron padres contra hijos, hermanos vs. hermanos, primos, cuñados, tíos, sobrinos… El resultado después de cuatro horas de combate: 19 heridos. 1 muerto. Y los vencidos se pasaron al bando ‘triunfador’. De modo que un mes más tarde, esa horda de venezolanos se tomó a Santafé de Bogotá a sangre y fuego. Vandalizaron la capital y cometieron toda clase de atropellos. De rodillas, los aristócratas santafereños recibieron al amo de San Mateo con los honores debidos a un emperador y le permitieron consolidar la invasión que, más tarde, se apropiaría de La Real Audiencia de Quito, tributaria de Nueva Granada. Así. Sin más. Sin un disparo. Con la sola promulgación de la famosa pero nefasta Constitución de Angostura ratificada después en Cúcuta y manipulada a su antojo por don Simón.
Por otro lado, la tribu ‘bárbara’, es decir, de afuera, no latina, no esclava, no tributaria, que luchó contra la tiranía y la esclavitud del imperio romano-católico y lo venció (vae vinctis), fue bautizada como vandálica porque desató la ira contenida durante años de esclavitud y de violencia ejercida contra todos los pueblos de Europa. Se da aquí el mejor de los ejemplos de maniqueísmo: la expresión libertaria de los germanos que se tomaron Roma es reprochable, punible, irresponsable, si lo enseña la historia de la iglesia. Pero no se quiere hablar, se ignora, el vandalismo de esas hordas salvajes que se tomaron a Santafé de Bogotá en ese fatídico septiembre de 1819. Ni siquiera mencionan el evento.
En este sentido, las pinturas en el plinto de su majestad Bolívar, el amo de San Mateo, son expresiones de un arte marginal que no tiene otra manera de mostrarse y de promulgar la necesidad de reescribir la historia para desmontar los falsos héroes que nos metieron en la cabeza.
COLOFÓN. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Todo lo sagrado se profana. Las estatuas son una provocación para un pueblo que ha vivido doscientos años de mentiras ideologizadas por los políticos.
*Escritor.
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