Colprensa | LA PATRIA
A Iván Duque en realidad lo descubrió Juan Manuel Santos. Todo sucedió a inicios de este siglo, cuando Duque terminó su trabajo como consultor en la Corporación Andina de Fomento (CAF), donde había llegado en 1999. En ese momento Santos, Ministro de Hacienda de Andrés Pastrana, llevó a Duque al Ministerio como colaborador.
También lo respaldó para que llegara al Banco Interamericano de Desarrollo en 2001, donde, hasta 2013, Duque fue Consejero Principal de la Dirección Ejecutiva para Colombia, Perú y Ecuador, y el Jefe más joven de la División de Cultura, Creatividad y Solidaridad.
Son las paradojas de la vida y de la política. Duque terminaría siendo uno de los alfiles de la oposición, precisamente, al gobierno de su antiguo mentor. El periodista Jorge Quintero, en un perfil publicado en la revista Soho, encontró otro dato curioso de la vida del nuevo presidente de los colombianos: algunos de sus amigos del Centro Democrático lo llaman “castrochavista”.
Todo porque entre los gustos musicales de Duque, además del rock, están Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Compay Segundo. Cuando se lo recuerdan, él se sonríe. El Presidente tiene fama de ser un hombre de risa fácil. “Un bacán”.
Un colaborador del área de comunicaciones de la campaña de Duque dice que el nuevo presidente es sumamente exigente cuando se trata de información: comunicados de prensa, artículos, reportajes. “Exige que seamos muy rigurosos con los datos pero también con la escritura de los textos, con la estructura que deben tener, la claridad”.
Finalmente Duque, además de ejercer la política, escribe. Ha publicado seis libros, entre ellos ‘Pecados monetarios’, en 2007; ‘Maquiavelo en Colombia’, en 2010 y ‘Efecto Naranja’, en 2015. Su más reciente libro se llama ‘El futuro está en el centro’, en el que aclara que siempre se ha considerado como una persona así, de centro. “No podemos seguir viendo al mundo con la óptica disuasiva y polarizadora entre extremos de izquierda o derecha”, escribe.
Uno de los principales retos de Iván Duque será precisamente unir a una Colombia dividida entre uribistas y antiuribistas, y para lograrlo tiene una ventaja: un carácter mucho más sereno y conciliatorio que el de su auspiciador político, Álvaro Uribe Vélez.
Nadie en la campaña de Duque recuerda haberlo visto fuera de sí por algún error cometido, por alguna tarea mal hecha. Duque no acostumbra a gritar a nadie; más bien se toma el tiempo para explicar cómo se deben hacer las cosas. Siempre de manera pausada, como si se tratara de un padre orientando a sus hijos. El Presidente tiene fama de ser un papá tierno.
Está casado con María Juliana Ruiz, una abogada que trabajó diez años en la Organización de Estados Americanos (OEA), con quien tiene tres hijos: Luciana, Matías y Eloísa.
Sus colaboradores cercanos saben que para Duque compartir con ellos el desayuno y acompañarlos hasta el bus del colegio es un ritual imprescindible, así que procuran no programar nada a esas horas tempranas de la mañana. Duque es un hombre familiar; sencillo, sobre todo.
A sus colaboradores en campaña les sorprendió que, después de largas jornadas de trabajo, y ante los restaurantes cerrados, Iván Duque proponía detenerse en alguna estación de gasolina para comerse un perro caliente con todos los demás. O que, durante su recorrido por el país, comiera “lo que le pusieran, donde le pusieran”. Le gusta explorar la gastronomía típica de las regiones. La comida es un placer que disfruta tanto como el fútbol.
Alguna vez lo invitaron a un programa deportivo y Duque sorprendió a los periodistas y oyentes. Conocía de memoria las nóminas del América de las últimas décadas, así como las formaciones de la Selección Colombia. En campaña sus amigos cercanos lo molestaban tras la eliminación de América al octogonal, lo que tal vez terminó siendo una ventaja para Duque: no se perdió ningún partido del equipo, algo que no acostumbra a hacer.
Durante el Mundial de Rusia sacó tiempo en la agenda para ver los partidos de la Selección con sus hijos, y uno de los días en que se vio más emocionado fue cuando Ricardo ‘el Gato’ Pérez, presidente del América, le entregó la camiseta del equipo con su nombre estampado.
La música es otro de los placeres que disfruta. En el colegio tuvo incluso una banda de rock. Se llamaba Pig Nose. En su reproductor musical no faltan Led Zeppelin, Iron Maiden, Matallica. Es su forma de relajarse. También, antes de las entrevistas y los debates, acostumbra a tomarse cinco minutos para meditar.
Iván Duque no deja nada al azar. Es de esas personas que necesitan tener todo bajo control, y por ello prepara con minucia y suficiente antelación desde las entrevistas, los debates y los discursos, hasta su elección.
Para ser presidente se preparó desde niño. Duque nació el 1 de agosto de 1976 en Bogotá en una familia acomodada de origen antioqueño por parte de padre, y tolimense y cartagenera por el lado de su madre.
Su herencia política es de raíz liberal desde que su abuela materna, Stela Tono, le regaló varios discursos grabados del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, el gran mito del liberalismo colombiano asesinado en 1948. Duque memorizó las intervenciones de Gaitán de tanto escucharlas.
Sin embargo, su mayor influencia fue la de su padre, Iván Duque Escobar, un político liberal ya fallecido, que fue gobernador de Antioquia, ministro de Minas y Energía en la presidencia de Belisario Betancur (1982-1986) y Registrador Nacional.
Iván Duque estudió en el colegio Rochester de Bogotá y después ingresó a la carrera de Derecho en la Universidad Sergio Arboleda.
Su carrera profesional, como ya se mencionó, empezó en 1999 como consultor en la Corporación Andina de Fomento (CAF). Después trabajó en el BID, fue asesor internacional del expresidente Álvaro Uribe, y más recientemente, senador, reconocido por dos años consecutivos como el mejor del país.
Desde este 7 de agosto, con apenas 42 años, se convertirá en el segundo presidente más joven de la historia de Colombia, después del liberal Alberto Lleras Camargo, quien asumió la Presidencia a los 39.
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