Un tributo a mi colegio
Señor director:
Con dolor de patria, hace algunos años, me resigné a hacerle compañía a la escuela pública que le ha tocado vivir un doloroso viacrucis y que injustamente ha sido degradada, señalada, juzgada y olvidada. Con impotencia, pero a la vez con esperanza, me decidí a expresar, en una hoja de papel, la escuela de mis sueños. Como semilla que cae en suelo fértil, este anhelo germinó, creció y muy temprano me dio un gran regalo: un digno edificio para ejercer la labor docente.
Cristóbal Trujillo Ramírez, ferviente defensor de la educación pública, fue el cerebro de la remodelación del Instituto Universitario de Caldas. Él la gestionó con irrefutables argumentos ante el alcalde y el secretario de Educación, quienes fueron muy receptivos a la propuesta que se hizo realidad gracias a la labor del senador de la región que le pudo arrancar más de ochenta mil millones de pesos al gobierno nacional para invertir en infraestructura escolar, en Manizales. Todos ellos, acostumbrados a animar proyectos, impulsados por una conciencia pedagógica y animados por su pasión de servicio y compromiso por la ciudad, se dejaron provocar, dieron un paso adelante y, desafiando la adversidad, pensaron en los niños y los jóvenes, levantaron un edificio como opción preferencial para ellos que son de cuna humilde y acuden a este lugar en busca de ilusiones.
Hoy, esta elegante estructura física reclama un edificio pedagógico que debemos rediseñar con una imagen renovada del maestro que sacuda los cimientos de la escuela tradicional y, al ejercer un verdadero apostolado fortalecido por la sabiduría, cambie paradigmas con nuevas propuestas que sean una respuesta eficaz a las exigencias del mundo contemporáneo. Ese maestro debe leer los sueños de los niños y jóvenes de hoy y en esta dirección, sintonizarlos con la imparable revolución tecnológica.
En esencia, ese maestro que habita esta remodelada escuela, debe promover prácticas transformadoras desde el aula, que permitan recuperar la paz y el amor en el seno del hogar; un maestro que guíe, enseñe, ame, tolere y forme; un maestro que no olvide y que aprenda; un maestro que investigue y cree, y que con sus nobles acciones se haga digno del liderazgo dentro de la sociedad; un maestro con pensamiento científico y crítico; un maestro motivado y alegre; en últimas, un maestro que sea protagonista en el debate y en el foro sobre asuntos de región, de ciudad y de país.
Orlando Salgado R.
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