Es posible que usted esté leyendo esta columna en la parte inferior de una página impresa pero es muy probable que la esté viendo en una pantalla. Pudo haber hecho la tarea de buscarla, pero también le pudo aparecer en su Facebook, Twitter, Instagram o WhatsApp.
Si la encontró en redes sociales hay una pregunta interesante: ¿Por qué el sistema (la palabra es perfecta) le oferta esta columna justo a usted? ¿Qué encontró “el sistema” para identificarlo como potencial lector de este texto? Preguntas así son las que formula “El dilema de las redes sociales”, un documental que estrenó Netflix hace poco y del que me enteré por Twitter.
Se trata de una mala película que recomiendo ver. Mala por la estética, la actuación y el sesgo de los testimonios con tono apocalíptico. Sin embargo la recomiendo porque desde la prepandemia pasamos horas frente a las pantallas y ahora empeoramos. Según Apple, una persona desbloquea el teléfono un promedio de 80 veces al día ¿Somos adictos? El documental dice que sí.
Las redes dan placer personalizado: cada “me gusta”, “compartir” o “retwittear” es un dato que perfecciona el perfil digital. Lo que sale en mi Facebook responde a un algoritmo que muestra cosas a mi medida. Podemos tener contactos similares y ver cosas distintas: tenemos gustos y comportamientos diferentes y por eso lo que yo veo no es lo que usted ve.
Ese punto es el que me parece más interesante del documental. Mientras La Patria que lee usted es idéntica a la que recibo yo, y lo mismo ocurre con la radio y la televisión, que ofrecen lo mismo para todas sus audiencias, las redes sociales vienen individualizadas. Eso nos empuja a interactuar con gente que tiene intereses afines, y a bloquear, eliminar o silenciar a quienes, por ejemplo, tienen posiciones políticas contrarias. Por eso los diálogos en redes sociales pueden resultar falaces: dan la sensación de una gran conversación, pero se trata de burbujas y cámaras de eco, de intercambios entre quienes ya están convencidos.
“El dilema de las redes sociales” plantea que el millonario negocio de los dueños de Google, Facebook, Amazon y similares está exacerbando la polarización en las democracias, al sacrificar información de calidad para privilegiar entretenimiento. De esto se habla mucho en mi Twitter, pero posiblemente no en el de ustedes y, al contrario, es probable que en sus redes circulan argumentos de los que yo ni me entero. Así de desconectados estamos.
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