Me gustó el homenaje que le hicieron el miércoles a Maruja Vieira en el Banco de la República. Me gustó pese a que no fueron los secretarios de Cultura del municipio ni el departamento ni ninguna autoridad. O quizás eso lo hizo mejor. Su ausencia no se notó entre la cantidad de gente que fue a oír sobre la vida y obra de la que algunos consideran como la escritora más importante de Caldas en su historia.
Me gustan los homenajes en vida. Maruja tiene 96 años, vive hace mucho en Bogotá y aunque ya no viaja a Manizales estuvo representada acá por su hija Ana Mercedes Vivas, quien seguramente le contó lo muy emotiva que estuvo la ceremonia.
El acto fue bonito pero la forma de homenajear a un escritor es leyéndolo. Parece obvio pero no lo es. El año pasado cuando presenté una novela que escribí recibí la llamada de alguien invitándome a un homenaje. Le pregunté si había leído el libro y me respondió que lo haría pronto. Le dije que cuando lo leyera cuadrábamos. Ahí quedó la cosa.
A Maruja Vieira, como a muchos poetas, la mencionan más de lo que la leen. Su nombre aparece en antologías de poetas latinoamericanos, de escritoras colombianas, de autores caldenses. En “Caldensidad historia y literatura” (2018) el escritor Adalberto Agudelo Duque dice que “en la actualidad la mejor poesía de Caldas fue y es la poesía escrita por la mujer” y entre las autoras que destaca está Maruja Vieira. En “Las letras que nos nombran” (2016) el poeta Juan Carlos Acevedo escribe que “la gran Maruja Vieira White es tal vez la poeta más notable de todos los que tenemos en Caldas”.
Es una autora fundamental aunque sus libros circulen poco. En general todos los libros de todos los escritores circulan poco. En Colombia, un país de 45,5 millones de habitantes (el DANE nos debe los datos definitivos del censo) se considera que un libro es un éxito editorial si vende mil ejemplares. Eso en el caso de la narrativa, porque de la poesía ni hablemos: su venta es casi clandestina. Buena parte de la poesía circula gratis, pero existe y resiste por gente como Maruja Vieira, cuya preocupación no está en la cantidad de libros vendidos sino en la búsqueda de la palabra precisa, de la que hablaba Ryszard Kapuscinski, periodista como ella.
Vieira lleva casi 60 años buscando nuevas formas para hablar del amor breve y a la vez eterno que vivió con el también poeta José María Vivas Balcázar, quien falleció súbitamente y no alcanzó a conocer a su hija, que nació casi 3 meses después. Ese amor, su maternidad y la vida de otras mujeres creadoras han sido algunos de los temas de la obra poética de Maruja Vieira, escrita con un lenguaje limpio, reflexivo y depurado, que deja huellas profundas en sus lectores.
¿Y eso para qué sirve? Pues yo no sé a ustedes… a mí me sirve para ser feliz. La literatura me cuestiona, me hace preguntas, me incomoda, me muestra otras formas de habitar el mundo y en ese sentido enriquece mi propia experiencia vital. Me hace más sensible, que es una condición clave para poder ser feliz en la cotidianidad, porque renueva mi disposición para la sorpresa y la curiosidad.
Por eso me pareció tan oportuno el homenaje a Maruja Vieira. De un tiempo para acá, pero sobre todo desde que el Centro Democrático regresó al poder, circula un discurso sobre la economía naranja de acuerdo con el cual se supone que es muy importante pensar la cultura en términos de emprendimientos culturales, de rentabilidad del arte, de negocios, de oportunidades para capitalizar ideas y de cifras alrededor de la industria musical, la editorial, la audiovisual.
Yo por supuesto no me opongo a que la gente monte empresas y haga plata. Me opongo sí a que el gobierno reduzca las políticas culturales a políticas económicas porque no todos los creadores y artistas son emprendedores o negociantes ni tienen por qué serlo, y porque el servicio que la estética le presta a la humanidad no se mide en dólares ni en pesos.
Para todos esos entusiastas de la economía naranja la figura de Maruja Vieira me parece casi una bofetada. Mientras ellos invitan a diseñar planes de negocio ella escribe versos como “Está bien que la vida / de vez en cuando, nos despoje de todo”. Su obra y su nombre serán recordados cuando el olvido haya borrado la memoria fugaz de quienes consideran la poesía como algo baladí.
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