A Carlos Fernando Henao Salazar le decían Chócolo. Era pelirrojo y muy pecoso. Eso cuenta su hermana Consuelo, mi tía, a quien conozco desde que yo era niña pero con la que nunca había conversado sobre su hermano muerto. De esas cosas tan dolorosas no se habla en las familias.
Esta semana el Esmad mató a Dilan Cruz en Bogotá y ella se puso a recordar: Carlos Fernando era un muchacho alegre, bulloso. Le gustaba bailar, oír a Nino Bravo, a Camilo Sesto y a Roberto Carlos. Su canción favorita era “Un gato en la oscuridad”. Había leído “Corazón”, el libro de Edmundo de Amicis, en una edición de la Colección Juvenil Cadete.
Le pregunto por fotos de él y dice: “ni fotos ni videos ni nada. En esa época todo era lápiz, papel, máquina de escribir y memoria”. Sin embargo me muestra a su primo en su celular. “Si no lo hubieran matado hoy se vería así”. Hoy tendría 59 años, pero vivió 16.
En el hogar de Carlos Eduardo Henao, profesor de literatura, y su esposa Messala Salazar, nacieron 7 hijos: Consuelo, Jaime Hernán, Patricia, Carlos Fernando, Clemencia, Liliana y Julia Mercedes. “Yo me acuerdo de mis dos hermanos arrodillados junto a una cama, pegados del radio oyendo la transmisión de los partidos”. A Carlos Fernando le encantaba el fútbol. Iba al estadio con los amigos, pertenecía a un equipo y jugaba con vecinos y compañeros. Vivía en el centro, en una casa esquinera en la calle 26 entre 21 y 22 y estudiaba en el Instituto Universitario. Iba en quinto de bachillerato. Quería irse para la Naval y hacer la carrera militar.
Consuelo dice que era un chico como cualquiera. Le gustaba tener plata y para ganársela trabajaba en vacaciones haciendo buñuelos en la cafetería El Coquito, cerca de su casa. No perdía materias pero tampoco era tan estudioso. “Era buen hijo, siempre muy preocupado por Liliana, mi hermana autista... él decía ¿qué va a ser de Liliana? y yo le decía: “después se verá””.
Esos son los recuerdos de antes del 6 de septiembre de 1976. La Universidad de Caldas había entrado en paro tras el cambio de rector y ese lunes a las 8:00 p.m, en medio de las protestas en las que participaban más de 500 personas frente al Banco de la República, al menos un policía disparó contra la multitud. El expediente de 36 páginas tiene versiones que confirman entre 18 y 20 tiros. Algunos contaron más. Hubo tres heridos y un muerto: A Carlos Fernando una bala le perforó la cabeza. En la investigación un testigo declaró que un policía dijo “dejen ese hijueputa ahí”. Otro testificó que subieron el cuerpo en una volqueta y luego lo arrojaron con fuerza. Un periodista explicó que cuando se oyó el primer disparo la multitud corrió y “al parecer ese joven era el menos rápido”. Permaneció 6 días en coma en el Hospital Universitario. Lo desconectaron el 12 de septiembre.
“Nos volvimos una familia muy triste... El resto de su vida mi mamá conservó el saco, los zapatos, el bluejan, toda la ropa que me entregaron ensangrentada en el hospital. La guardó en una maleta junto con el expediente, los recortes de LA PATRIA y un ejemplar de la Revista Alternativa”.
Desde el principio Messala dijo que ninguna plata le devolvería a su hijo y por eso jamás intentó una indemnización. En cambio aspiraba a una sentencia en la que un juez condenara a la Policía por el crimen, pero eso nunca ocurrió. Nadie les pidió perdón. La única sanción que recibió el agente que disparó fue que le frenaron su ascenso a teniente coronel. Cuando salió de la policía la gobernadora le dio un cargo como profesor en un colegio de Manizales.
“Mi familia no volvió a ser la misma. Hubo señalamientos muy dolorosos... que por qué un niño de 16 años estaba a esas horas en una protesta, que por qué no estaba en la casa... como si fuera tan fácil para unos papás atajar a un muchacho de 16. En mi casa siempre hubo disciplina fuerte y todos éramos obedientes y sanos. Jamás pensamos que algo así podría ocurrir”.
Al frente de la Catedral de Manizales, en una esquina de la Plaza de Bolívar, hay una placa en donde cayó Carlos Fernando. Una placa que recuerda que tragedias así pueden pasar en cualquier familia. Ya ocurrió en los hogares de Gonzalo Bravo, Uriel Gutiérrez, Jaime Acosta, Nicolás Neira, Jhony Silva, Óscar Leonardo Salas, Edison Franco Jaime, César Hurtado Tróchez, Dilan Cruz y tantos estudiantes muertos en protestas sociales por disparos de la policía. La lista es larga. Ojalá no crezca más.
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