La directora de la Agencia Nacional de Tierras (ANT), Myriam Carolina Martínez Cárdenas, anunció esta semana los trabajos que vienen haciendo en la vereda El Congal, de Samaná. Esta zona del oriente de Caldas padeció, desde finales de los 90 y hasta el 2005, la violencia guerrillera y paramilitar. Un territorio dominado por el frente 47 de las Farc, bajo el mando de Elda Neyis Mosquera, alias ‘Karina’, que con terror obligó a los campesinos a cambiar sus cultivos de café por los de coca.
Con el pretexto de sacar a las alimañas guerrilleras, se metieron los paras para apropiarse de la hoja de coca a sangre y fuego. Luego llegaría el Ejército a “hacer presencia”. En medio de esa lluvia de balas estaba la comunidad de El Congal que, como lo registra el portal pacifista.tv (https://bit.ly/3cz2qzG), desarmaban sus casas de madera y se las llevaban montaña abajo, refugiándose en los cañones del río Samaná. “Buscaban una parte donde no entrara la violencia, pero cuáles, en todas partes entró”, contó Eliécer Londoño, presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) de El Congal.
El 19 de enero de 2002, y bajo la política de tierra arrasada, las tropas del paramilitar Ovidio Isaza, alias Roque e hijo del nefasto Ramón Isaza, quemaron las casas de unas 30 familias campesinas. Según el fallo del Juzgado de Restitución de Tierras de Pereira el conflicto armado en esta región del país dejó 15.526 desplazados. Personas a las que, por derecho, el Estado debía reparar.
El juez del caso señaló, el 19 de diciembre del 2016, que para diciembre del 2018 la ANT debía reconstruir El Congal. Casas, escuela, puesto de salud, vías… todo lo que la violencia acabó o que la naturaleza recuperó tras el abandono. Ya pasaron 30 meses desde el fallo y a esta comunidad le han cumplido a medias: 17 títulos de propiedad, doce casas en construcción y la adquisición de predios para otras infraestructuras. Muy poco, en realidad, pero los desplazados agradecen esto como un regalo venido del cielo.
Bastó con escuchar a don Eliécer, esta semana en El Matutino de 101.2 FM, para darse cuenta de que para ellos la presencia del Estado es una cosa milagrosa. “Gracias a Dios” esto, “gracias a Dios” aquello… casi toda su intervención sobre la presencia de la ANT en El Congal se vio entretejida con esta expresión. En otro caso sería una muletilla, pero es que ante tanto olvido, la llegada de un bulldozer y unos ladrillos se reciben como divina providencia.
Dar “gracias a Dios” en Colombia no tiene nada que ver con la religión. En este país - dejado a la deriva como lanchas militares sobre el río Meta en la frontera con Venezuela, tomado por los corruptos y liderado por ineptos - mascullar esta frase es una mezcla de resiliencia y resignación.
Estamos tan perdidos que no sorprende que, en un país laico, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez nos consagre a Nuestra Señora de Fátima. O que la ministra del Interior, Alicia Arango, promueva jornadas de oración. O que el presidente Iván Duque nos encomiende al Sagrado Corazón y la Virgen de Chiquinquirá. Ellos no pueden con tanto. Sus responsabilidades superan sus atenidas capacidades. Ni tecnocracia, ni capitalismo; ni uribismo, ni petrismo. Ni una mierda. Esta pandemia de la COVID-19 dejó a estos ministros, senadores y altos cargos gubernamentales como a don Eliécer en El Congal: a merced de que por gracia divina alguien - en algún momento - les eche una mano. El Congal es uno más de los reflejos en el espejo roto de Colombia.
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