Eurípides, el poeta griego, cuenta que Hipólito era amante de las artes violentas y despreciaba a Afrodita, diosa del amor. Un tipo de mano fuerte del que Fedra, su madrastra, se enamoró perdidamente pero cuyo sentimiento no era correspondido. Hipólito prefería guardarse “el gustico” y ocultarse detrás de un velo, mientras sus seguidores difamaron a Fedra hasta llevarla al suicidio.
Hipólito, a pesar de posar de autocontrol, era desmesurado (hibris, le dicen los griegos); se sentía por encima de seres terrenales y dioses. Ese orgullo y temeridad, sumada a una falsa acusación, fueron su perdición.
Analistas de la obra de Eurípides señalan que Hipólito es la tragedia de un hombre que no tiene la posibilidad de ver con claridad las reglas. Que se cree por encima de ellas y siente desazón ante los designios de los dioses.
Encuentro en lo que le viene sucediendo al expresidente Álvaro Uribe Vélez reflejos de la historia de Hipólito. Por décadas, el líder del Centro Democrático se sintió por encima de todos, incluso de la Constitución, para saciar su hambre de poder. Un semidiós bélico en esta tierra de mortales y del que el país - como Fedra - se enamoró con locura.
Ese fanatismo - mezcla de agradecimiento, patriarcado, adanismo, adulación y clientelismo - enceguece. En la Comisión de Acusación del Congreso reposan al menos 276 investigaciones en su contra, de acuerdo con la Misión de Observación Electoral, entre las que están la Yidispolítica (sobornos con los que logró su reelección en 2006) y su responsabilidad en las ejecuciones extrajudiciales del Ejército (los “falsos positivos”). Pero sus seguidores le perdonan o hacen caso omiso a estos problemas. Mueren por él, como Fedra.
Ese hubris (que viene de hibris) surge de sentirse intocable. Desde que comenzó su carrera de funcionario público ha estado rodeado de escándalos: desde los permisos que desde la Aerocivil (donde fue director) daban a los narcotraficantes para que piloteen y aterricen sus cargamentos de cocaína hasta la parapolítica en cabeza de su primo y su hermano, pasando por los escándalos del espionaje a opositores desde el DAS y la relación de esta con las autodefensas, la creación de las Convivir, Agro Ingreso Seguro, las zonas francas de sus hijos, los testimonios de Mancuso y otros paras, incluso la Ñeñepolítica.
Su círculo más cercano está investigado, detenido, condenado o prófugo. Pero Uribe seguía fuerte, poniendo presidentes, manejando el Congreso y fomentando el Estado de opinión para el beneficio de sus intereses. Con tanto poder, solo Uribe podía acabar con Uribe. Y fue a través de su denuncia en la Corte Suprema para que investigaran al senador Iván Cepeda, que se supo - de manera accidental - de las artimañas del expresidente y sus abogados (abogansters o abohamsters; delincuentes o roedores, cuál de los dos peor) para manipular y comprar testigos.
Se necesitó del propio Uribe para terminar detenido. Nadie más podía hacerlo. Ni los periodistas, ni los investigadores, ni las denuncias, ni las víctimas. Solo él y su soberbia y, como Hipólito, morirá arrastrado por sus propios asustados caballos.
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