Con cierto acento de apremio, LA PATRIA tituló el pasado martes: “Aerocafé tiene dos meses para ganar el año”. Tal y como los malos estudiantes, en 66 días en Caldas deberán hacer cuatro tareas: estudios y diseños (¿sobre qué trabajaban?), endeudarse (¡más!), comprometer vigencias futuras (con estilo venezolano) y lograr que la Nación entregue $100 mil millones (¿los soltará así como así, afectando los programas de corrupción?).
El propósito es sepultar casi $500 mil millones en ese inmensísimo campo de fútbol, para que aterrice el primer avión; si alguna vez aterriza. Entretanto, da oportunidad a políticos de siempre y gobernantes de turno de ‘veintejuliarse’ con mentiras repetidas: Aerocafé “tiene posibilidad factible en el corto plazo”. Y nuevas: “Es una obsesión del presidente Iván Duque”, quien “se comprometió…”. Como si nadie supiera que su obsesión es meter las patas y su compromiso es con Uribe.
Bueno es recordar que en la revista Semana de agosto 11 de 2014 se advirtió: “El aeropuerto del Café se está convirtiendo en un ‘hueco negro’. Además de tragarse millonarios recursos de todos los colombianos, se puede convertir en el elefante blanco más grande y costoso de la Nación”, antes de Hidroituango. “Pese a que desde 2008 se han realizado inversiones que superan los 300.000 millones de pesos, sigue en pañales, con graves errores técnicos y geológicos, y salpicado por denuncias relacionadas con actos de corrupción. Pero estos hechos no han sido suficientes para que los políticos de la región desistan de la obra”.
Si fuera realidad la Región Administrativa de Planificación (RAP) del Eje Cafetero, el embeleco de moda, en las tres capitales sabrían que un solo aeropuerto bastará a todos. Santa Ana de Cartago es el ideal, a menores costos.
Dizque dos meses para ganar el año. Después de 35 de botar corriente, 15 de trabajos inútiles y millonadas dilapidadas.
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Hablando de elecciones, desconsuela la terna de candidatos a gobernador de Caldas: Luis Carlos y Ángelo piensan que sus caritas de nerdos son irresistibles. Cero programas. Camilo reparte esplendorosos folletos, pero cuando abre la boca, demuestra que el papel puede con todo.
Tal vez por eso se presentan sin apellidos. Querrán preservar a sus padres de vituperios genealógicos, cuando se demuestre que a Caldas le irá mal con cualquiera. “Lo que hay es nada”, como dice el pueblo.
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El Consejo de Estado tumbó la megapensión de una Isabel Figueroa, a quien el diáfano José Name Terán dio una ‘palomita’ de ocho meses como senadora. Sin saberse si contestó siquiera a lista, sus servicios a la patria eran compensados con $20 millones mensuales, pagados por el Fondo de Pensionados del Congreso (Fonprecón), al cual jamás se inscribió.
Aunque ya no percibirá más dinero, no será obligada a reintegrar unos $1.800 millones, pues la sentencia la considera como actuante de buena fe. No de otra manera hubiera podido demandar a Fonprecón, para obtener lo que no merecía.
En la anunciada reforma del régimen pensional, que se prevé desfavorable a los trabajadores colombianos, nada se ha dicho de las megapensiones. Ni dirán. Carrasquilla y sus congéneres pavimentan el camino a una vejez holgada.
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Más demoró el periodista Gianluigi Nuzzi en publicar un libro sobre una hipotética quiebra financiera de El Vaticano, que en desmentirlo dos cardenales: el encargado de los bienes patrimoniales de la Santa Sede y un asesor para las reformas económicas de la Curia. “Quieren atacar al pontificado: primero retratando a la iglesia como una institución llena de pedófilos y luego acusándola de ser negligente con su sistema económico”, dijo éste.
El documental La iglesia del dinero (History Channel) revela lo contrario: El Vaticano tiene hoteles en Roma, que juntos suman diez mil camas, con ingresos de ¤700 millones anuales. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos posee más de 100 mil edificaciones en esa ciudad, y el valor de los inmuebles que la iglesia tiene en suelo italiano, sobrepasa ¤10 mil millones libres de impuestos. En 2012, recibió ¤26 millones de limosnas recogidas en templos de todo el mundo, hasta los más pobres. Ningún cardenal se quejó.
Ojalá Nuzzi publicara una enciclopedia sobre la ruina moral de la Iglesia católica, desde tiempos de Constantino el Grande.
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