Uno de los libros presentados durante la pasada Feria del Libro de Manizales, fue ‘El alma paisa, la identidad de una raza’, de Francisco Javier López Arroyave. En la breve reseña de LA PATRIA se lee que “la obra responde a las preguntas de dónde vengo, provengo y cuál ha sido la evolución”. Y agrega que contiene “hechos ocurridos en Antioquia, Risaralda, Quindío y Caldas que marcaron lo que es hoy la raza paisa. Es una investigación que tardé 10 años haciendo”, dijo el autor.
Quienes sí hemos investigado esta comarca, sabemos que meter en el mismo costal a estos cuatro departamentos, revela lo contrario: ausencia de indagación. Y repetición de paradigmas que ocultan la riqueza espiritual de unas regiones, las cuales si bien tienen algunos lazos en común, no tantos como se cree, albergan culturas independientes.
El escritor, más conocido como médico, se metió en un berenjenal con el solo título, porque ¿qué es el alma paisa? Si investigó, debió serle claro que paisa es el antioqueño que vive por fuera de Antioquia. Luego todos los paisas son antioqueños, pero no todos los antioqueños son paisas. De modo que convertir en valor, y de ahí en cultura, lo que no pasa de ser una circunstancia o un estado, es un imposible ontológico. EL paisa y LA paisa existen, pero, ¿LO paisa?
A contrapelo de los más elementales principios sociológicos y antropológicos, se predica que las costumbres de origen antioqueño conservadas por unos cuantos, permean toda la sociedad, por ósmosis o por contagio, y ésta automáticamente se convierte en antioqueña. O, como si habiendo heredado los poderes aurígenos del rey Midas frigio (740-696 a. C.), están convencidos de que todo lo que tocan o miran, se convierte en antioqueño. (A propósito, su don mató de hambre al monarca).
Una cosa es enorgullecerse de los orígenes y otra creer que se perpetúan. Es como si este servidor se creyera alemán, por tener un antepasado venido de ese país hace 170 años. Sus hijos fueron colombianos, porque la madre lo era, y ese aporte cuenta. Y así ambos padres lleguen de afuera, los descendientes son de donde nacieron, porque las costumbres foráneas terminan asimilándose a las locales, no al contrario.
Eso tampoco lo saben los corresponsales de este diario en Anserma, quienes al celebrar los 105 años de una señora, hablaron de “la segunda etapa de la Colonización Antioqueña”. (¡Con mayúsculas, porque al lado de esa epopeya, ‘Las mil y una noches’ tienen dos mil y dos niguas!). ¿Cuál sería la primera, en una región como el occidente de Caldas, donde el poblamiento antioqueño fue mínimo? ¿Cuál fue la razón de la referencia, si la crónica era sobre la familia Trejos Calvo? Apellidos de origen caucano, que si hay en Antioquia, con seguridad tienen génesis caldense. Además mulatos, color que allá tapan.
Ni qué decir del video de una niñita vestida con supuesto traje típico, que declama una oda al Eje Cafetero, con el bambuco ‘Antioqueñita’ por música de fondo. Como si en Caldas no hubiera hermosas canciones autóctonas. Son ignorantes o son malintencionados…
Cualquier psicólogo diría que tamaño ego busca ocultar fallas, necesidades, pequeñeces y pobrezas espirituales, detrás de falsas grandezas. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”…
Caldas gira en un círculo vicioso: los caldenses no logran reconocer su identidad cultural, porque se dejaron alienar de los antioqueños. Y como están alienados, se identifican falsamente con lo antioqueño.
Pareciera como si muchos se avergonzaran de ser caldenses. O en lugar de sentirse caldenses de primera, prefirieran ser antioqueños de segunda. O peor, paisas sin alma.
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