Hace treinta años, multitudinarios alzamientos en los países del bloque soviético estremecían a Europa. El ejemplo de Polonia fue seguido en Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria. En Rumania ejecutaron al jefe de Estado. Los episodios fueron llamados poéticamente, ‘El otoño de las naciones’.
Alemania Democrática -u Oriental- era la joya de la corona comunista, la de mostrar, en lo poco que el Kremlin y su ineficiente sistema permitían. Hasta allá llegaron los ecos revolucionarios, que la prensa estatal no pudo ocultar.
Numerosos periodistas occidentales pasaron al Berlín socialista en busca de noticias. La noche del 9 de noviembre de 1989, el portavoz gubernamental se zafó en plena rueda de prensa, al anunciar “el muro será abierto”. No sabía que en los países libres la comunicación también lo era.
Miles de germanoorientales se plantaron ante la guardia fronteriza, que tras largas vacilaciones levantó barreras y dejó entrar la libertad. Estalló un festejo espontáneo y la multitud comenzó a derribar el muro que la confinó durante 38 años.
La balada ‘Libre’ de Nino Bravo sonó en Colombia, para recordar al primer alemán que murió intentando atravesarlo: el albañil Peter Fechter de 18 años fue acribillado por los soldados comunistas y murió desangrado: “Y tendido en el suelo se quedó sonriendo y sin hablar, sobre su pecho flores carmesí brotaban sin cesar”. También a las otras 259 personas que fueron asesinadas por la misma causa.
Los acontecimientos se precipitaron: menos de un año después, las dos Alemanias fueron unificadas. Octubre 3 de 1990. Se desgarró la Cortina de Hierro, resurgieron muchos países y se disolvieron Checoslovaquia y Yugoslavia, ésta en medio de atroz baño de sangre. La Unión Soviética se evaporó y fue anunciado el final de la Guerra Fría.
Soplaban vientos de optimismo. El Tratado de Maastricht de 1992 dio vida a la Unión Europea y la palabra globalización estaba en boca de todos. Unos la predicaron como la panacea que neutralizaría todas las intolerancias mundiales; otros temieron que al borrarse las fronteras, perderían las culturas que les daban identidad. Resurgieron los nacionalismos, aparecieron el neonazismo y el populismo; la extrema derecha desplazó a la extrema izquierda.
De los 160 kilómetros que tuvo el Muro de Berlín, dos fueron dejados como museo, eternizando en la pared el asqueante beso en la boca de Brezhnev y Honecker, cuando pensaban que el soviet era indestructible. Es parada obligada en la visita a la capital alemana.
Desde entonces, han sido construidos 71 muros y vallados. Pueden verse entre India y Pakistán; las dos Coreas; Israel y Cisjordania, los Estados Unidos y México; en Chipre, en Marruecos, Grecia, Hungría, Bulgaria e Irlanda del Norte. Si fuera dable alinearlos, sumarían 40.000 kilómetros, suficientes para circundar el planeta.
La investigadora Elisabeth Vallet de la Universidad Quebec de Montreal, los clasificó en cuatro tipos, según el motivo de construcción: para separar comunidades o países en conflicto; antiinmigrantes, antitráfico de estupefacientes y antiterrorismo. Olvidó los que aíslan a los ricos de los pobres, como en Río de Janeiro y Lima. De una u otra forma, todos pretenden excluir a los indeseables, es decir, a ‘los otros’.
Mañana se cumplirán treinta años de la caída del Muro de Berlín y la liberación de cien millones de personas esclavizadas por el régimen comunista. Parecen tan lejanos aquellos episodios y tan utópicos los sueños que alimentaron.
Se cumplieron los propósitos de Tadeusz Mazowiecki, Lothar de Maizière y, especialmente, Helmuth Kohl. Incluso, Mijaíl Gorbachov. Pero se desvanecen los ideales que los hicieron realidad. Como hasta sus nombres lentamente caen en el olvido, es bueno hacer recuento de los episodios. Hoy se impone el pensamiento de fanáticos como Trump, Matteo Salvini, Netanyahu y otras supervivencias de Stalin y Hitler.
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Coletilla regional: en el sector caucano del actual Departamento de Caldas también hubo una valla divisoria, como consecuencia de los traslados de los pueblos de La Montaña y Quiebralomo, para fundar Riosucio. Las comunidades se negaron a mezclarse, trazando una frontera por el centro de la que sería después Calle del Comercio. Recrudecieron los seculares conflictos intercomunitarios y entre 1823 y 1825 fue necesario levantar una cerca, que permaneció hasta 1846. Vallet la hubiera clasificado en su primer grupo.
Por eso, Riosucio tiene dos plazas principales.
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