A comienzos de esta semana, el papa emérito Benedicto XVI revivió el largo e inconcluso asunto del celibato clerical católico, en las páginas de un libro que se dijo escrito a cuatro manos con un cardenal africano. Casi de inmediato, aquel desmintió su autoría y pidió retirar su nombre de la obra, pero la opinión que en ella se le atribuye al respecto, en nada difiere de la que aparece en el libro ‘Luz del mundo’ (2010), basado en las charlas del entonces pontífice con el periodista alemán Peter Seewald.
La cuestión retomó actualidad a raíz de la propuesta de Francisco, de permitir que hombres casados puedan ordenarse sacerdotes. Sería un permiso excepcional, no general, pues sería solo para ejercer en la Amazonia. La presentó durante el Sínodo Amazónico, que se llevó a cabo durante tres semanas del pasado octubre. En su desarrollo, fue tema capital la preocupación por la escasez de sacerdotes para atender a innumerables tribus de medio Suramérica, bendecidas en su armonía con la Naturaleza virgen y el contacto directo con Dios, sin importar cómo lo llamen. Libres de intermediarios.
Para llenar un vacío inexistente en los millares de nativos objeto del nuevo interés del Vaticano, se ideó la eventual permisión de atar con dos cadenas a ciertos hombres, quienes deberían llenar los requisitos de ser “particularmente respetados” y que, ojalá, pertenezcan a las comunidades indígenas con las cuales trabajarían. O sea, habría que deculturarlos, inculcándoles un conjunto de creencias ajenas, con el propósito de que contribuyan a mantener la unidad espiritual y cultural de sus congéneres. (Todo un contrasentido). Claramente, la necesidad es de la iglesia: expandirse.
Se atribuye a Benedicto haber dicho que el celibato permite a los sacerdotes concentrarse en sus deberes, argumento concordante con su pensamiento. ¿Entre ellos estarán incluidos, así sea extraoficialmente, la violación de niños en casi todo el mundo católico; el saqueo de bienes parroquiales en muchos pueblos de Colombia y el maltrato a chicos de primera comunión, como cierto curita en Riosucio? Por ejemplo.
Como alemán que es, el bueno de Ratzinger creció cerca de congregaciones luteranas regidas por sacerdotes (hombres y mujeres) casados y pudo comprobar cómo entre estos hay muchísimos menos casos de pedofilia. Cuando ocurren, se subsanan rápida y públicamente.
Los defensores del celibato sacerdotal tienen razón en que el matrimonio no cura al perverso. Basta con verlo entre los laicos. Tampoco garantiza la castidad.
En el caso de los clérigos, la génesis de la perversión no siempre está en la oportunidad que surge del ejercicio, sino de la formación en los seminarios: son recintos de clausura masculina adonde entran pocas mujeres, para hacer trabajos inferiores o denigrantes. Los novicios no aprenden a verlas como pares humanas, lográndose el propósito de mantenerlos apartados del matrimonio… y hasta de Dios. Sin contar con que algunos profesores son pederastas.
Los seminarios serán más sanos cuando sean como universidades y no como hostales machistas con aulas. Y cuando a los seminaristas no les reprimen ni deformen su sexualidad. Ni los corrompan adentro.
En la argumentada escasez de vocaciones en el Amazonas, subyace una circunstancia sociológica: en las tribus se rechaza a forasteros solitarios, por temerse que llegan a arrebatarles a sus mujeres. Éstas tampoco admiten a féminas solas. Lo saben los antropólogos, quienes deben ir en parejas para ser aceptados.
También lo supieron los doctrineros en la Colonia: se compenetraron mejor con sus feligresías indígenas cuando tuvieron una relación de pareja, con alguna mujer de su servidumbre, fuera esclava o liberta. Si llegaban sin amante, la conseguían en su congregación. La historia del Occidente de Caldas es rica en tales episodios.
Fueron relaciones duraderas y familias estables. Algunos reconocieron a sus hijos y les enseñaron a leer y escribir, cuando en ese tiempo la instrucción estaba vedada a mestizos y mulatos. Los formaron en oficios que les permitieran ganarse la vida, incluso dándoles recursos para empezar. Las comunidades toleraban los amancebamientos, excepto cuando había desavenencias con el párroco.
Hoy es difícil vaticinar si el matrimonio haría mejores a los sacerdotes; o menos peores, algunos. La autorización de casarse solo valdrá ‘urbi et orbi’ y no solo para avasallar culturalmente a indefensas tribus amazónicas.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015