Riosucio fue sede del 38° Concurso Caldense de Bandas Estudiantiles de Música categoría A. Catorce conjuntos de doce municipios concitaron a muchos riosuceños que viven en perpetuo estado de carnaval y a bastantes turistas.
Desde el viernes, casi 900 jóvenes se apoderaron del pueblo, con músicas que usualmente les son ajenas. Pero el sábado hacia mediodía algunas personas sentían que escuchaban lo mismo y no distinguían una banda de otra.
Tal uniformidad es consecuencia del criterio, o su ausencia, para trazar el rumbo del certamen. Lo más importante parece ser que haya cada vez más bandas, como si importara más la cantidad que la calidad.
En el afán de tener mucho, parecen enfocarse solo en lo técnico: partitura y técnica. No hay visos de enseñanza de historia de la música, ni apreciación musical, descuidando la identidad cultural y la sensibilidad artística. Se refleja en el premio a mejor instrumentista, cuando debería ser a mejor intérprete. Exaltan la habilidad, pero no el virtuosismo.
Algunos directores trabajan con las uñas o sometidos a los caprichos de rectoras arrogantes y negreras. Resultado: bandas técnicamente impecables, poco emotivas, de uniformidad sonora.
Los repertorios apuntan a halagar, no a conmover, con piezas de gran popularidad como el joropo venezolano ‘La mula rucia’, tan repetido que parecía ‘La recua rucia’. Ni así parecen sentirse seguros de su calidad, porque agregan grupos de danzas, ajenas a un festival de bandas, que actúan delante de los músicos que la gente quiere ver.
Cuando no es lo trillado, son piezas demasiado académicas, mejores para una sala de conciertos que para un tablado. Para algunos directores, el único compositor de la zona andina que vale la pena es Victoriano Valencia, muy reconocido en los conservatorios, mas no por el público.
La falta de formación humana y el desconocimiento de lo propio impiden forjar identidad. Para lograrlo, se debería exigir siquiera una obra de un compositor del pueblo representado por la banda, así sea desconocido por fuera. Hay de dónde echar mano: más de 90 canciones caldenses han dado la vuelta al mundo, desde el antiguo bambuco ‘El enterrador’ hasta las del manizaleño Estéfano.
Y si no canciones, ritmos del folclor caldense: rara vez suena un pasillo, casi nunca un bambuco. ¿Sabían que es el ritmo oficial del departamento? Pero no, lo colombiano fue relegado al apartado ‘show’, como una curiosidad antes que una expresión cultural.
Para redondear la situación, los presentadores son de la escuela de Eduardo Luis: empatan una tontería con otra. La permanente exaltación de los tales ‘colonos’ antioqueños revela que 114 años después de creado Caldas, no hay conciencia de unas culturas y un territorio propios. ¿O confundirán a Mozart con Cosiaca?
El concurso es un despropósito. Jurados muy jóvenes que desconocen los procesos culturales de cada municipio, establecen parámetros aptos para profesionales, no para chicos más empíricos que semiacadémicos. Califican aspectos técnicos y actitud en escena, que podría confundirse con comportamiento. Tienen una gradación numérica para el cómo se toca, pero no se evalúa qué se toca, ni qué representa. Solo ven a los músicos, ignoran a los intérpretes.
Lo más delicado de escoger dos o tres triunfadores, es decir que los otros son perdedores. Duele ver llorar a niños preparados solo para ganar, ni siquiera para tocar música. Así, la Verbena de Ganadores estigmatiza a quienes no suben al escenario.
Ésta es la razón por la cual la mayor deserción de las bandas no se presenta cuando los jóvenes terminan el colegio, sino cuando cumplen 14 años. A esa edad se vuelven conscientes de la música y saben si lo que hacen les satisface o no. También a esa edad los adolescentes creen que el Universo conjura contra ellos. Luego una “derrota” en público es una tragedia. ¿En la Gobernación tendrán un censo de buenos músicos malogrados por los desaguisados del concurso?
¿Sabrán que es uno de los programas culturales más importantes del departamento? Es hora de establecer criterios coherentes. Acaben con la competencia y hagan un encuentro de identidades, evalúen las bandas y seleccionen las que representarán a Caldas en otras tierras. Así, todos ganarán, nadie perderá, ni se desperdiciarán tantos valores humanos que hoy echan por la borda.
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