Los citadinos colombianos ven a los campesinos como una especie de eslabón perdido, capaces únicamente de volear azadón, ordeñar y servirles cuando van a una finca. Si acaso saben qué es música, no pasan de las guascarrileras paisas que la payola impone en la mayoría de emisoras. Feudalismo mental…
La realidad es distinta. Y antigua: basta con recordar a Giotto di Bondone, el pastor de ovejas del siglo XIII cuyas pinturas lo sitúan como uno de los pioneros del Renacimiento del XVI. También su campanario de la catedral de Florencia, porque también fue arquitecto, sin cruzar el cable.
En Colombia, el Salón BAT de Arte Popular promueve cada año artistas campesinos o pueblerinos. Es una gran experiencia visitar las exposiciones.
En Caldas, más concretamente el occidente, los campos rebosan buena música. Ahí está Bernardino Bañol Largo, de la vereda Santa Inés, en Riosucio, eximio intérprete de bandola con el pulso intacto a sus 85 años. Este caficultor y enamorado de su esposa, de quien guarda las cartas del noviazgo, así esté enfermo de un pie, no ha vacilado en caminar desde su empinada fracción hasta la zona urbana, para asistir a un ensayo de la estudiantina en la cual es primera bandola. Y si le entregan un tiple, sabe qué hacer con él, como demostró en el Festival ‘Mono Núñez’ de Ginebra, cuando allá enfrentaban empíricos contra académicos.
Bañol también es gestor cultural. Fundó un festival de música en su vereda, en el cual se dan cita otros valores artísticos salidos del campo.
Otro es Samuel Botero, habitante de una casita en la vereda riosuceña Claret, con paisaje similar al de Chipre. Sus manos pasan de la recolección de café a la pulsación de una bandola, el zurrungueo de un tiple o una guitarra. Deleita cuando toca una mandolina italiana heredada de su padre, y es un virtuoso de la flauta o la tambora.
Solo pudo estudiar un semestre de pedagogía e instrumentación, con un programa denominado Escuela Popular de Arte. No tiene título, sí conocimiento, pero confía más en su estupendo oído. En sus ratos libres esculca archivos musicales, dirige un coro infantil en Bonafont y acaba de fundar allá el Grupo Picará. Además, se empeñó en divulgar por wasap las composiciones de Melquisedec Guapacha, otro campesino de cuyas manos brotan hermosos pasillos, bambucos y danzas.
Bernardino, Samuel, Melquisedec y otros muchos labriegos llenos de arte, son expresiones de una cultura auténtica propia, que cultivan con amor. Son la prueba de que la omnipresencia antioqueña en Caldas es más ignorancia que realidad.
Si no fuera porque… en fin, los postularía a Caldense del Año.
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Coletilla insistente: la ‘operación retorno’ del pasado domingo fue otra sesión más de tortura para los viajeros por el tramo La Felisa-La Pintada. Protestaban los varados en mitad de la nada: “Está colapsado. Le quedó grande a Pacífico Tres esta temporada. No hay nadie organizando”. Otro añadió: “Dos horas treinta minutos en este desmadre de trancón. Perdí la madrugada”.
Impotente, el gerente se lamentó: “Estamos trabajando sin descanso [¡sic!], hay mucho tráfico, el clima no ayuda, estamos limpiando la vía en varios sectores y la gente se desespera y eso desorganiza”. Y con una obra maestra de cinismo, “pidió a los conductores tener paciencia y respetar los turnos”, publicó LA PATRIA ese mismo día. Ninguna solución.
¿Se pide a la gente respetar los turnos, tal y como se hace con ella? Porque los cacareados veinte minutos de cierre son un decir: “Ponga cualquier cosa ahí”, pareció ser la instrucción para todos los comunicados de prensa. Paciencia es lo que ha sobrado.
Y súmese el despotismo con los viajeros: el 4 de abril, a eso de las 5:00 p.m., la espera rebasaba el incumplido tercio de hora en el Kilómetro 41, cuando se supo por un volquetero que al parecer había reventado un tubo y la reparación tardaría tres horas. Nadie tuvo la cortesía de hacer correr la voz oficial. Ni siquiera los omnipotentes especialistas de las paletas se movieron de sus asientos, a pesar de estar de asueto. (A esos pobres trabajadores no deberían darles sillas plásticas, sino reclinomáticas).
¿Cuándo dirán una verdad siquiera? Tal vez no afecte los estados contables.
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