“Aquel que esté libre de pecado…”: El pasado lunes, la Congregación para la Doctrina de la Fe reafirmó que la homosexualidad es “un pecado” y el amor homosexual no puede ser bendecido. La antigua Inquisición cambió el nombre, pero conservó el espíritu.
Su prefecto, cardenal Luis Ladaria, actual sucesor de Tomás de Torquemada, recordó que el propósito del matrimonio es reproducirse como conejos. No importa si el planeta ya no puede con la sobrepoblación.
Con la proverbial ambigüedad eclesiástica, trasunto de su doble moral, en el documento se lee que “Dios nunca deja de bendecir a sus hijos”, pero “no bendice ni puede bendecir el pecado”. Luego, a pesar de la proclamada universalidad del catolicismo, muchos seres humanos no son hijos de Dios.
El documento está dirigido a los laicos. No hay una sola referencia a los sacerdotes violadores de niños, variante criminal del homosexualismo. Ellos sí están bendecidos, porque su celibato les impide engendrar hijos, pero multiplican el mal con anuencia divina.
La celestial perversión es justificada porque casi siempre se ejerce contra varoncitos. Hasta allá llega la misoginia de El Vaticano, todavía estremecido con el nombramiento de la religiosa francesa Nathalie Becquart, como subsecretaria del Sínodo de Obispos, con derecho de voto. El ilustre conventículo estudia asuntos doctrinales, razón suficiente para impedir la presencia femenina.
Las actividades corruptoras de los pederastas tonsurados dañan a las víctimas, nunca a los victimarios (luego son colaterales). Y se subsanan con el traslado del violador adonde pueda retomar sus nada espirituales ejercicios.
La podredumbre eclesiástica no importa a Ladaria y sus pares. Ni los párrocos que saquean iglesias o desaparecen imágenes so pretexto de restauración. Ni los remedos de cura que atacan la identidad cultural de los pueblos. Ni los arzobispos que vacían las arcas episcopales en connivencia con sus tesoreros.
Una manera de dejarlos impunes es desviar la atención hacia minorías que buscan vivir tranquilas en medio de la discriminación.
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El pecado de tergiversar: La noticia de la inauguración del parque de Marmato Nuevo dio carácter departamental a un error histórico, según el cual, la población tiene 483 años de fundada. Bueno es advertir que en 1538 no había comenzado la invasión española del actual Occidente de Caldas. Solo pasó Juan Vadillo, de huida hacia Cali.
Marmato no fue fundado ese, ni ningún año. Como la mayoría de poblaciones colombianas, fue un surgimiento espontáneo. Lo mismo Supía y Quiebralomo, que no son de 1540 y tampoco fueron fundados. En cambio, Anserma sí lo fue, en 1539. Pero hace carrera la creencia de que únicamente un acta de fundación, auténtica o no, antigua en todo caso, garantiza la existencia de un conglomerado humano.
También deben revaluarse los exabruptos impuestos por Pacífico III: llamar túnel de Irra al del sector de El Pintado; peaje de Irra, el que debería ser de Tapias, y río Quinchía, al llamado Tarria desde siglos atrás. Los dos primeros están en Caldas y el nombrecito es de Risaralda. Nos corren la cerca.
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Pecado enmendado: En su columna del pasado martes, don Efraim Osorio corrigió un desliz en la mía del viernes 5, en la cual aparece el verbo ‘rallar’, en lugar de ‘rayar’. Atribuyó la confusión a un posible ‘motoso’ del autor.
Justo es decir que corrigió sin regañar, ni dogmatizar. También es justo aclarar que advertí el yerro y oportunamente lo subsané. Pero quien debía hacer el cambio periódico adentro, no lo hizo.
Como dijo un entrenador a un arquero: “Los balones que vayan para adentro, déjelos entrar. ¡Pero no meta los que vayan para afuera!”.
Adiosito, voy a echarme un ‘motoso’.
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