En reacción a la Cuartilla de mayo 24, recibí un correo del sacerdote Octavio Barrientos, que reproduzco íntegramente a continuación:
"Su frase 'para suplicio eterno del tesorero Barrientos' se la analizo así: Esperemos la eternidad para ver si mi defensa de la Iglesia Santa como la profesamos en el Credo, a pesar del delito de no sé cuántos miles de bautizados... ¿será en verdad suplicio eterno o felicidad eterna?
"Y para usted, que piensa que la frase estúpida de la Corte de Justicia 'no existen clérigos que se administren solos o estén por fuera de la autoridad del obispo', es suficiente para condenar la Iglesia como delincuente, le dé a usted como defensor de esa jurisprudencia de la Corte lo que usted en su escrito desea para mí: el suplicio eterno.
"Dejemos todo en las manos de Dios que no se deja comprar por nadie, por importante que sea en el mundo: o periodista, o politiquero, o jefe de las Farc, o secuestrador, o defensor del aborto o promotor de la ideología de género y menos Dios se deja comprar por intereses mezquinos como los de la Corte que usted defiende.
"Att: Pbro. Octavio Barrientos Gómez".
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Respuesta: Debo aclarar que no deseo para usted el suplicio eterno. No le deseo el mal, ni es mi función maldecir a nadie. Por el contrario, deseo que usted sea feliz, cualquiera sea su concepto de felicidad, y que al momento de rendir cuentas ante el Eterno, tenga pingüe saldo a favor.
Usé tal expresión, al recordar el dolor que le causa desembolsar las indemnizaciones que la justicia obliga a la Iglesia a pagar, hasta el punto de maldecir a los jueces. Y como van las cosas, serán cada vez más frecuentes, porque aumentan las denuncias contra sacerdotes que olvidando sus votos y amparados en el poder derivado de su posición, infligen daños espirituales, emocionales y corporales a personas que no pueden defenderse. Niños a quienes enseñaron en casa que a los representantes de Dios en la tierra deben respetar y obedecer, hasta volverlos incapaces de revelar los abusos y violaciones de que son objeto por parte de los colegas suyos, clérigo Barrientos, que desvían su camino, enlodando a quienes sí tienen vocación de servicio.
Por esa razón, concuerdo con la sentencia de la Corte, no por estúpida como a usted le parece, sino por sabia: la Iglesia tiene responsabilidad civil solidaria en el castigo de los delitos que en su nombre cometen curas que se aprovechan de la posición relevante que de ella reciben. Lo cual no hace de la Iglesia una delincuente, porque las instituciones no delinquen, por si no sabía. Lo hacen sus "manzanas podridas". En ese sentido, la Iglesia también es víctima, tanto como de aquellos de sus miembros que predican el odio, disfrazándolo de palabra divina.
Llama la atención su lista de personas de las cuales “Dios no se deja comprar, por importantes que sean en el mundo: o periodista, o politiquero, o jefe de las Farc, o secuestrador, o defensor del aborto o promotor de la ideología de género”. Queda uno sin saber si usted las admira o menosprecia. Si lo segundo, ¿por qué lee a un ser despreciable como es un periodista?
¿Entonces, puede deducirse que el Dios del que usted habla, se deja comprar por quienes no figuran en su lista? Por ejemplo, al azar, por los sacerdotes pedófilos; por quienes explotan a sus empleados, roban los tesoros de los templos donados o comprados con limosnas de los fieles; por quienes se resisten a pagar lo que en justicia deben, en fin. ¿Se puede pensar que es de venalidad selectiva?
Qué idea tan distinta tengo de Dios. Creo en un Ser Supremo y Creador del cual emanan el bien, la luz, la bondad, la misericordia y la justicia. Y seguiré creyendo, a pesar de que un sacerdote lo ofrezca como un título valor negociable, cuyo evangelio es de odio y maldiciones; de silencios cómplices y encubrimientos. ¿O acaso hay más de uno?
¡Que el Dios del cielo me libre del dios que deambula por los pasillos del Palacio Arzobispal de Manizales!
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