Quien comete delito sexual contra menor de edad es considerado un delincuente peligroso mientras viva, en cualquier parte del mundo. También en Colombia, mientras rigió en su integridad la Ley 1918 de 2018, que prohibía a los pedófilos condenados tener empleo, por considerarse, válidamente, que lo convierten en oportunidad para reincidir.
Los degenerados no tienen redención. Como afirma James Cantor, del Centro de Adicción y Salud Mental de Toronto, Canadá, “la pedofilia es una orientación sexual. Es algo con lo que se nace; no cambia a lo largo del tiempo y es tan central para el ser como cualquiera otra orientación sexual”. Otros investigadores argumentan en contrario, pero la cantidad de violadores que regresa a la cárcel por lo mismo, hace pensar que es una teoría optimista.
Misma de que se valió un catedrático de derecho para lograr que la Corte Constitucional derogara la norma, por violar el “principio de dignidad humana” del violador, suponiendo que la tenga. Aunque el violado sí la pierde a manos de su victimario, es un efecto colateral insignificante. Gajes de tan riesgoso pasatiempo.
Según el demandante dicha la ley establece “que hay personas que son prescindibles en la sociedad [y] violaba el derecho al trabajo y a la igualdad”. ¿Habrá una sociedad en la cual los pedófilos son imprescindibles? ¿La gente de bien y los hampones deben ser medidos con el mismo rasero?
Impidió el abogado que los derechos de los violadores sigan siendo vulnerados. Lastimosamente, su cruzada reivindicatoria no será total, pues no podrán ser empleados durante veinte años y sus antecedentes quedarán registrados en el sistema laboral. Las empresas que los contraten serán sancionadas. Tampoco accederán a cualquier puesto y quedó en manos del Congreso establecer cuáles sí. Irónico que los más avezados violadores de la ley pongan límites laborales a los violadores de niños. De cualquier manera, son medidas inocuas, porque los delincuentes rara vez trabajan o lo hacen en la informalidad. Si no consiguen trabajo los buenos…
Por enésima vez se demuestra que las leyes colombianas no se redactan para castigar a los malos, sino para exaltarlos. Sus derechos están más protegidos que los de las víctimas. Los respaldan abogados teóricos, buscadores de resquicios legales, retóricos de la norma, retorcedores de parágrafos, para quienes la justicia está por debajo de la teoría del derecho. Mientras logran ruidosos beneficios para los hampones en masa, los damnificados deben velar por sí mismos, en luchas silenciosas y anónimas.
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Adenda: La manía de rebuscar nombres para los hijos no es nueva. En tiempos de los abuelos, las extravagancias del santoral no pasaron inadvertidas. La bendición para los bautizantes fue maldición para los bautizados.
Luego, el cine de Hollywood puso de moda los apelativos anglosajones, con la esperanza recóndita de dar notoriedad social al vástago. Cupertino Garay soñó que su muchacho sería un Gary Cooper y el futbolista alemán Paul Breitner ha sido cristianado miles de veces en el reciente medio siglo.
Cuando los reinados de belleza se volvieron mediáticos, hubo epidemia de Luz Marinas en Manizales y de Luz Carimes en Cali. El rebrote fue con Niní Johanas y pocas muchachitas se salvaron de llamarse Leidydi.
Hoy se rebuja en las mitologías para recuperar Ariadnas y Talías, o se vuelve a trascender las fronteras de la antroponimia, para invadir los terrenos de la toponimia: en Manizales ya tuvimos a las cinco hermanas Mejía: América, Colombia, Italia, España y Argentina; además, Francia Sarasti. Y por LA PATRIA se supo que un deportista caldense llamó Antioquia a una hija. ¡Gracias a Dios, hasta ahora nadie se ha enterado de la ciudad brasileña de Pelotas!
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