Me falla la memoria para asegurar si la cadena de mensajes era de Whatsapp o de BlackBerry, pero recuerdo claramente que durante la semana previa a las elecciones territoriales de octubre de 2011, y en medio de las tensiones por el desabastecimiento de agua en la ciudad de Manizales, un grupo de ciudadanos indignados por la acción o inacción institucional acerca de las causas y el desarrollo de la crisis misma, invitaron abiertamente a la ciudadanía a “castigar” a los responsables que -a juicio de ellos- eran los directivos y gobernantes de aquel entonces, quienes merecían como sanción social -también a juicio de los promotores- no volver a ser elegidos. No puedo recordar otra estrategia democrática más carente de sentido, pues si los ciudadanos queremos manifestar nuestra inconformidad, no puede ser renunciando al espacio de expresión por naturaleza, que es el voto.
Pero al parecer la estrategia surtió algún efecto, pues en aquellas elecciones solo votó la mitad de los ciudadanos aptos para hacerlo, y quien resultó elegido lo consiguió con 30% de los votos válidos, que representaban solo 13% del total del potencial electoral. No debió sorprender que el ganador de aquellas elecciones fuera un miembro del equipo de gobierno que los promotores de la abstención querían castigar. Lo que sí sorprendió es que algunos de quienes pedían no votar hicieran parte del equipo del gobierno que se posesionó en enero de 2012. O cambiaron de parecer (derecho de todos) o acertaron en su estrategia.
Lo que no hay duda es que el agua fue protagonista de las elecciones de 2011.
También se le asignó algo de responsabilidad al agua, pero esta vez como lluvia, frente a los resultados electorales de 2005, cuando apenas acudieron 35% de los votantes para elegir alcalde, entre una baraja de 10 candidatos. Los analistas de la época señalaron a la lluvia como responsable de la ausencia de votantes, aunque otros le asignaron responsabilidad al juego entre Once Caldas y América de Cali, en el que se definía la clasificación a octagonales.
Hoy, a ocho meses de las próximas elecciones, empiezan a hervir las especulaciones de muchos y las preocupaciones de otros tantos, sobre las alianzas, las coaliciones, las cuentas (de votos y de gastos), el historial y trayectoria de unos, que otros quieren presentar como prontuario. Empiezan los señalamientos y se profetizan resultados, señalando incluso anticipadamente las responsabilidades ante el desastre que se viene.
El verdadero desastre, a juicio mío, llegó hace tiempo. Se instaló cuando aceptamos ser contados en masa, cuando pusimos los fines antes que los principios, cuando bajamos el umbral de lo inadmisible, cuando se normalizaron los gastos multimillonarios en campaña, cuando un partido de fútbol superó a la cita electoral, o cuando los candidatos imprimieron sus nombres en bolsas de agua para calmar la sed. La de poder.
Faltan ocho meses, que corren veloces, pero que todavía son suficientes para convencer a la mayor parte de ciudadanos de votar, y lo más importante, votar informados, votar bien. No solo son las elecciones las que se ganan o se pierden, es la democracia la que se nos hace agua.
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