En un trino reciente, que recogía los sentimientos de indignación del momento, el congresista Inti Asprilla preguntaba a sus seguidores en la red: “¿Qué tienen en común: Las masacres paramilitares, el ecocidio del río Cauca y las corridas de toros?”. Como en tantos otros casos, muchos de quienes encarnan la indignación como postura política pueden poner en una misma bandeja problemas de los ámbitos social, económico, político, cultural, etc, que probablemente tengan alguna relación, pero de tenerla, se encuentra a una profundidad mucho mayor que la que ofrece la ligereza de opinar sobre las tendencias.
No estoy minimizando, del trino del congresista, las dimensiones de tres cosas que a muchos nos gustaría no ver, y que es más, al menos dos de ellas nunca debieron existir. Mi punto, reiterativo quizá, es que las olas de indignación lamentablemente suelen quedar solo en eso, agitando a muchos (transitoriamente) e impulsando a algunos (su visibilidad y sus egos), pero lamentablemente con transformaciones reales solo en pocos casos.
Es imposible negar el daño ambiental que significa tener al río Cauca sin su caudal ecológico por más de dos días, pero simplificar la situación a presuntos hechos de corrupción que derivaron en “la mayor tragedia ambiental del país”, a mi juicio, solo logra alejarnos de la posibilidad de vigilar, exigir, reclamar soluciones, y también analizar, entender y acompañar la construcción de las mismas. No se trata de redimir y liberar de responsabilidades, pero sí de afirmar que la condena y el desahogo pueden ayudar a liberar la carga de las emociones, pero no significan, en sí mismos, soluciones.
Las imágenes de la semana anterior sin duda pusieron en evidencia la pérdida de control y probablemente la secuencia de errores y malas decisiones que llevaron a la disyuntiva (según el gerente de EPM) sobre salvar la vida del río o la vida de las personas. Tal pregunta es por lo menos inconcebible para un proyecto con licencia ambiental. Pero también pusieron en evidencia el volumen de sedimentos que el río arrastra, producto de la erosión de nuestras montañas, así como la vulnerabilidad de las personas que tienen que tomar el agua que otros cargamos de suciedad, desde el Huila hasta Antioquia. Es oportuno pensar, por ejemplo, que lo que tiñe de rojo la quebrada Olivares les llega en poco más de un día a los habitantes del Bajo Cauca antioqueño. Diluido, pero presente. También valdría pensar si no es mayor la tragedia del río Atrato, que además de muerto, está invisibilizado.
Ante tales desastres, sin duda debemos movilizarnos y actuar, pero más allá de las pantallas de celulares y computadores. No basta decir “Yo soy el río Cauca”. Llevamos varias décadas proclamando “Yo me llamo Cumbia”, y esto no ha logrado evitar el marchitamiento del género. Pero tampoco se trata de caudillos y héroes. Muchos de ellos erigen su imagen sobre el descrédito y negación del trabajo de otros, principalmente el de las instituciones. Alimentan su vanidad insistiendo en que nadie está haciendo nada, y que de no ser por ellos, nada pasaría alrededor. Al tiempo, rehúsan participar de los espacios y mecanismos establecidos. Un ejemplo, que conozco de primera mano, y que se puede constatar en todo el país, es que la mayoría de ONG ambientales eluden la participación en los Consejos Directivos de las Corporaciones Autónomas Regionales, espacio privilegiado para incidir en las decisiones ambientales del territorio. La razón, es que ser parte de ese escenario político inhabilita para contratar con las mismas corporaciones. Y me temo que varios alternan el ejercicio de denuncia con la ejecución de contratos, subiendo o bajando el tono en virtud de su cartera de proyectos.
En general, desconfío de quienes se proclaman héroes y defensores de algo, porque su proclamación suele arropar un interés individual. Pero no significa ello que nada bueno esté ocurriendo. Si queremos ver acciones reales y contundentes en favor del agua y la biodiversidad de nuestras montañas, en fincas como La Unión, Santa Teresa, Torrecitas, El Bosque, entre otras de la “tierra fría” de Manizales, se ve la acción conjunta de instituciones, ONG y propietarios, algunos de los cuales han decidido cambiar sus fincas ganaderas por verdaderas “Fábricas de ríos”. Ellos son los verdaderos defensores.
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