Es probable que con el título de esta columna varios lectores recuerden, aunque sin la interrogación, el premiado documental en el que el exvicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, relata la dinámica y efectos del cambio climático, señalando de paso algunas responsabilidades, si bien no a los actores directos, sí desnudando los comportamientos, factores y patrones. De ahí lo incómoda que pudiera ser la verdad o las verdades reveladas por el documental y por la serie de conferencias del señor Gore, pues resultaba desafiante exponer los efectos del capitalismo, justo en sus cuarteles generales.
Pero esta nota no se refiere a las evidencias incontrovertibles del cambio climático. Más bien pretende abordar el tema de la Verdad, escrita con mayúscula, para pensarla como un sujeto.
Hace una semana, en estas mismas páginas, Mauricio Uribe presentaba una reseña de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, y particularmente del Comisionado que la preside, el sacerdote Francisco de Roux, sin duda otro portavoz de verdades incómodas. La tarea que a partir del presente mes y por los próximos tres años tendrán que asumir los 11 comisionados es tan compleja como fundamental para contribuir a lo que se espera de un proceso cuyo propósito es la terminación del conflicto y la construcción de una Paz estable y duradera, que no ha llegado a su realización plena, pese a innegables progresos en términos de la disminución de las acciones violentas, y que demanda, cada vez más, el acompañamiento de la ciudadanía.
La Verdad que tienen como encomienda esclarecer estos comisionados, no podrá ser una verdad absoluta. No podrá contener todas las verdades acerca de todos los hechos, ni podrá constituir una narración única sobre los orígenes, dinámicas, factores y afectaciones de un conflicto tan diverso, profundo, multicausal y degradado como el nuestro. Y no solo es improbable ese absolutismo sino que además, en caso que pudiera alcanzarse, podría ser inútil, porque la Verdad que se requiere no ha de ser únicamente la narración exhaustiva de los hechos que lamentamos, sino un reconocimiento de lo que hemos llegado a ser, para que como sociedad lo rechacemos, y como colectivo asumamos el compromiso de impedir a toda costa que tales condiciones se repitan. La incomodidad que puede anticiparse para esa verdad no estará necesariamente en las características y circunstancias de cada hecho, ni acarreará -porque no es esta su naturaleza- acciones judiciales, para las cuales el proceso ha concebido otras instancias. La incomodidad estará en el reconocimiento de complejas realidades que no se retratan en blanco y negro, sino en una vasta gama de grises.
Tiene la Comisión, asignados por el Decreto 588 de 2017, los objetivos de ofrecer una explicación amplia del conflicto y ayudar a su entendimiento colectivo, promover el reconocimiento de responsabilidades individuales y colectivas, directas e indirectas, y las vulneraciones de derechos que han generado millares de víctimas, y como tercer y más importante objetivo, promover la convivencia en los territorios, que a decir del mismo Decreto “no consiste en el simple compartir de un mismo espacio social y político, sino en la creación de un ambiente transformador que permita la resolución pacífica de los conflictos y la construcción de la más amplia cultura de respeto y tolerancia en democracia.”
Es inevitable asumir que el proceso será, más que incómodo, complejo y quizá doloroso, que encontrará detractores y resistencias entre quienes no quieren reconocer el avance que se tiene desde que las partes acordaron una vía política para la terminación del conflicto. Pero nos corresponde asumir que la construcción de la Paz no es una tarea exclusiva de Gobierno y Farc. Esclarecer, comprender y reconocer los múltiples matices de la violencia que nos ha enlutado, ha de ser la clave para identificar los patrones de dicha violencia, depurar nuestra desesperanza, avergonzarnos por la resignación a la que hemos llegado y comprometernos profundamente a que la violencia deje de ser, de una vez y para siempre, nuestra manera de relacionarnos.
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