No es lo mismo visitar Nueva York, "la capital del mundo", que recorrer las calles, plazas, jardines, puentes y avenidas de Budapest. En el primer caso, ("New York, New York" como cantaron acariciadoramente Frank Sinatra y Liza Minnelli a la famosa urbe, sueño de millones de habitantes), se sale a la calle con el susto de que "algo" puede suceder, algo que puede ser desagradable. Ello no mata las ganas de visitar la gran city.
Tan diametralmente distinto a lo que ocurre cuando se transita por las calles de Budapest. Sí, algo puede suceder y ese algo es saber que la tranquilidad y el respeto campean por todos los rincones de la capital húngara. Yo, viajero de muchos países, sabía que aquí no debía armarme de precauciones y cuidados, porque Budapest respira tranquilidad por todos "sus poros". Así salía del hotel temprano en las mañanas dispuesto a gozar del encanto de la ciudad.
Hungría tiene 93.000 kilómetros cuadrados y casi 10 millones de habitantes, de los cuales 1.700.000 corresponden a la capital. Dos tercios de los húngaros son católicos, el resto se lo reparten diversas confesiones protestantes.
Tenía suerte. A pocos minutos de mi hotel se encuentra una de las joyas de la ciudad, la iglesia barroca de Santa Ana, Saint Anne Parish, a orillas del Danubio como también está a orillas del gran río y del otro lado el soberbio palacio del Parlamento. Yo lo admiraba todos los días al salir del hotel y de la iglesia de Santa Ana y al regresar por la noche. Pero del Parlamento hablaré más adelante. Volvamos a Santa Ana. Pertenece al estilo barroco italiano y es única en Budapest. Sus dos torres alcanzan 55 metros de altura y se ven desde casi todos los puntos de la ciudad y son, por lo mismo, una referencia especialmente para los visitantes. Yo entraba a rezar y a oír misa, sí, pero no niego que me interesaban mucho las pinturas del siglo XVIII y el púlpito primorosamente tallado y adornado con ángeles que representan las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.
La iglesia fue atendida por jesuitas. Sabemos que el estilo barroco fue el preferido por los jesuitas para ensalzar con su monumentalidad y profusión de adornos la gloria de Dios y era así una lección apologética frente a los protestantes y los descreídos. La construcción se llevó a cabo entre 1740 y 1773. Vino luego un terremoto y después de la disolución de la orden jesuítica en 1805 se consagró el templo. La iglesia está dotada de un precioso órgano tubular. Tuve la fortuna de asistir una tarde a un ensayo del organista con obras de Bach y al día siguiente en la celebración de la misa con obras de Georg Philipp Telemann. Inolvidable, inolvidable, así permanecerá en mis recuerdos esta iglesia de Santa Ana que ha sufrido varias restauraciones debidas a daños causados por guerras, inundaciones y terremotos. Sobra decir que invertí mucho tiempo sentado en los bancos de la placita mirando la colosal fachada y las torres azules (¿o verdes?) de Santa Ana.
Marcho ahora hacia el centro por la avenida paralela a orillas del Danubio y a pocos minutos me encuentro con la iglesia calvinista, cuyos coloridos tejados son únicos en Budapest. En efecto se trata de tejas cerámicas de colores vivos, rojos y amarillos. También con cerámicas de colores he visto techos de iglesias en Zagreb y Viena. Comenzamos muy bien este primer día en Budapest. Día memorable.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015