Muchos cambios ha traído esta cuarentena, que se sabe cuándo comenzó, pero no tenemos ni idea de cuándo va a terminar, nos hemos ido adaptando a la fuerza, pero cada vez que anuncian una nueva prórroga la ansiedad asalta y la angustia toma el control, como lo reflejó el grito desesperado de la vendedora de pescado en Quibdó; como ella están los vendedores informales, comerciantes, empresarios y muchos profesionales que no han podido trabajar, incluidos mis colegas, los odontólogos, que ya llevan casi dos meses sin recibir dinero, pues no pueden abrir sus consultorios y no aplican para ningún subsidio del gobierno. Ahora es muy complicado pertenecer a ciertos sectores de la economía que están paralizados, pues las facturas siguen llegando, como el cobro de la pensión de los colegios privados, haya o no haya plata para pagarlos, eso por nombrar uno solo de los gastos fijos que tiene la clase media de este país, a la que no benefician la mayoría de las medidas económicas de la emergencia.
Pero esta cuarentena también ha traído cosas bonitas, pues nunca en el mundo se había compartido tanta cultura y conocimiento de manera gratuita, desde cursos online en la Universidad de Harvard, recorridos por museos de Europa, espectáculos de la talla del Circo del Sol, conferencias sobre infinidad de temas, acceso gratuito a bibliotecas y libros en línea, clases de yoga, tai chi, baile y gimnasia dirigida, lo cual en verdad es un servicio muy importante, pues la actividad física en casa no solo ayuda a la salud, si no a que la gente siga cuerda en este encierro, a ratos tan difícil de sobrellevar.
Esta pandemia también nos tiene que dejar aprendizajes, como por ejemplo que al adulto mayor hay que cuidarlo y no acercársele cuando se tiene alguna enfermedad contagiosa; la gente en general es muy descuidada y los visita aunque tengan una virosis, sin medir las consecuencias del peligro que tiene para ellos contagiarse. Creo que las medidas de higiene deben convertirse en hábitos para cada habitante del planeta.
Nosotros somos un país con una cultura del afecto muy arraigada, pero no hay necesidad de estar saludándose de pico con todo el mundo; esas manifestaciones se deben reservar para personas muy cercanas. Lo triste del distanciamiento social es que nos ha alejado de algunos de nuestros seres queridos, ya tomarse un cafecito con las amigas se volvió virtual, ni se diga el romance. La maternidad, en mi caso y en el de muchas, es de tiempo completo y ahora además soy profesora, porque debo complementar el papel que cumplen los docentes de mi hija, pues la educación virtual en los niños es difícil.
Si algo quiero que quede de esta pandemia es el respeto por las personas que hacen las labores del campo y ojalá el gobierno entienda que hay que apoyarlos de manera incondicional, pues la gente puede dejar de comprar “made in China”, pero no puede dejar de comer y tenemos un país privilegiado que produce alimentos en abundancia, así que a dejar de importar comida; privilegiar las semillas nativas, impulsar la agricultura orgánica y dejar de seguirle el juego a las multinacionales que nos quieren imponer los cultivos transgénicos.
El respeto por la profesión médica, silenciosamente relegada en este país por las contrataciones injustas, la demora en los salarios, el auge de las demandas contra estos profesionales, en una cultura que privilegia a un jugador de fútbol, a un cantante, a un personaje de la farándula, por encima de una persona que tiene como profesión salvar vidas, es algo que tenemos que replantear.
Por último, espero que nos quede como lección el respeto por nuestro planeta; los seres humanos somos los verdaderos depredadores y ahora estamos encerrados en casa viendo cómo la naturaleza descansa de los abusos, mientras reverdece y se limpian el aire y el agua, sin la contaminación excesiva que le imponemos.
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