Todos los tiempos son buenos para desentrañar problemas, hacerlos visibles y afrontarlos con capacidad de análisis y sentido de relación con los demás. Hay problemas de problemas. Problemas de gran envergadura que desbordan la posibilidad de ser afrontados con rapidez, y de alcanzar con prontitud las soluciones. Suele hablarse de soluciones rápidas, también de mediano y largo plazo, como en la planeación de las actividades. Hay problemas personales, de familia, de grupo, y de mayores ámbitos geográficos, ambientales y humanos, en los barrios, en las ciudades, en las regiones, en el país y en el mundo. En cualquiera de esos rangos, los problemas pueden ser de fácil, de difícil y hasta de imposible solución.
Con Epicteto aprendimos, hace veinte siglos, que para alcanzar cierta tranquilidad personal debemos discriminar entre problemas a nuestro alcance, con posibilidades de ser resueltos, y otros que no lo están, y menos nos compete su solución. Aprendiendo esto podremos tener sosiego en el espíritu. Y los problemas hay que conversarlos, dialogar sobre ellos. En mayor grado cuando comprometen a un conjunto grande de personas, incluso de un país.
Suelo tratar acerca de la experiencia que tuvo uno de los más notables físicos teóricos del siglo XX, David Bohm (1917-1992), con aportes sustantivos en las teorías de la Relatividad y la Cuántica. En algún momento de su vida este científico se planteó el por qué de las guerras, su persistencia y capacidad creciente en destrucción y muerte. Y su respuesta fue la falta de diálogo; en consecuencia se propuso impulsar esta forma de comunicación, por una y otra parte, integrando grupos de no más de cuarenta personas, apostadas en círculo, para generar el hábito de la comunicación. En la India fue donde más eco tuvo, al entrar en cercanía con Krishnamurti. Sinembargo, esa experiencia fructífera no se continuó. Parecería una ilusión el método desarrollado por Bohm, pero no hay otro camino, construir diálogos y mediante ellos salvar diferencias en procesos de concertación, para encontrar espacios de vida en común, con respeto, capacidad creativa y trabajo entre grupos de personas, comprometidas en camino de construcción mutua. Compartir es la mejor manera de caminar en la formulación de proyectos, de ponerlos en marcha y de resolver problemas a mano.
El momento actual es de intensidad en conflictos por todas partes. Es como un virus mundial que va diseminándose en formas dispares, con acontecimientos muchos de lamentar. No faltan los analistas que digan que se trata de un cambio de época, con el declive traumático del modelo socioeconómico imperante, con acento de inequidad y gran poder de las trans-multi-nacionales y del sector financiero.
Pero no hay que caer en extremismos, ni ortodoxias. Las situaciones por complejas que sean hay que asumirlas con amplia participación, para que las soluciones puedan ser acatables. Lo más importante es formar grupos de diálogo, con personas representativas de las partes involucradas, y una agenda concertada previa para su desarrollo, con los enunciados de las situaciones a debatir, estableciendo prioridades. Para lo cual hay que tener muy a mano a Epicteto y a Confucio, quien se ocupó, hace veinticinco siglos, de formar personas para el ejercicio del gobierno, con capacidad de discernimiento reflexivo y posibilidades de ser acatadas por la bondad de sus actuaciones. Da la impresión que la juventud es la protagónica en los anhelos de cambio.
La masificación de los conflictos acarrea problemas mayores, como la violencia, en tanto haya quienes detonan maneras por fuera de la cordura y el autocontrol. Pasa en las universidades cuando hacen de las asambleas la voz imperante en las decisiones, por ejemplo, de suspensión de actividades. Y en ellas no se alcanza el nivel justo de análisis, sereno, reflexivo, sino que los participantes son presa de la emotividad de los dirigentes, cuyas aseveraciones no se ponen en duda, con capacidad de que sean respetuosamente controvertidas. En esto ha faltado creatividad, puesto que al parecer se sigue procediendo como en los años sesenta y setenta del siglo pasado. De ahí la importancia de extrapolar el método de David Bohm: formar grupos para el libre examen, sobre informaciones ciertas y despliegue del análisis libre. Saldrían conclusiones valederas para llevar a otras instancias, en especie de pirámide, de tal modo que en una cúspide receptora y pensante fueran elaborados los acuerdos finales, de asumir por todas las partes, con la intención del bien común.
En redes sociales he planteado la necesidad de convocar algunas personalidades científicas, académicas, intelectuales, de voz pública, para una labor mediadora, que se encargue de acopiar la información que se confronta y de formular con claridad los problemas esenciales, en prioridades realistas. Pudieran ser personas de la talla de la rectora de la UN, la rectora de la EAN, el rector de la Universidad de los Andes, el rector del Externado y Humberto de la Calle. Cinco personas incluido el más calificado gestor de concertaciones históricas. De ese modo se tendrían elementos de validez para construir acuerdos que comprometan al Gobierno y a las organizaciones involucradas en las movilizaciones, en diálogos con oídos atentos de escucharse unos a otros. ¿Propuesta ilusa, o delirante?
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