La frase que encabeza este misiva mi querido Juan José le ha sido atribuida a Manuel García Cuesta, “El Espartero”, matador de toros sevillano que curiosamente murió de una cornada que le infringiera un toro en la Plaza de Toros de Madrid a sus escasos veintinueve años de edad.
Y hoy traemos a cuento esta oración dado que la presente temporada madrileña ha estado teñida con un exceso de sangre de torero, contándose once percances durante su desarrollo, seis de gravedad y cinco “menores”, así calificados por la prensa especializada. En cualquier caso, una cogida por incruenta que pueda considerarse, para mí y para cualquier aficionado, no deja de ser tenebrosa.
Las cornadas han hecho tristemente célebres a muchas ganaderías españolas, alrededor de las cuales posteriormente se han tejido velos de respeto y temor, lo que ha hecho que en la actualidad sea considerado un gesto de valor el enfrentar toros provenientes de esos hierros. El caso más conocido es el del los “Miura”, que lograron su fama y prestigio debido a que con sus astas enviaron al otro mundo a importantes toreros que en su momento eran considerados de época, como es el caso de Pepete, Llusio, El Espartero, Faustino Posada, Pedro Carreño y Manolete.
Existe la especie que el día de la muerte de Manolete, quien ese día alternaba con Gitanillo de Triana y con Luis Miguel Dominguín, este último le había cortado dos orejas a uno de sus toros y al pasar frente “al Monstruo”, mostrándole los trofeos le dijo con cierta “mala leche”: “Y son de Miura”, lo que según la leyenda encorajinó al de Córdoba, quien salió “a por todas” a enfrentar a Islero, quien a la postre se convirtió en su verdugo.
De igual forma, toros de otras famosas ganaderías han infringido heridas mortales a figuras del toreo y por ello algunos de sus productos han ingresado, como leyendas, a la historia de la tauromaquia universal; es el caso Pocapena del Duque de Veragua que corneó mortalmente a Granero, o Farolero de Concha y Sierra que mandó a la otra dimensión a Pascual Márquez y en tiempos modernos Avispado de Sayalero y Bandrés que segó la vida de Paquirri o Burlero de Marcos Núñez que le partió el corazón al Yiyo.
En Colombia, que yo sepa, el único toro de casta que ha causado una muerte en el ruedo, en la Plaza de toros de Sogamoso para ser precisos, ha sido Monín, de la ganadería del exrejoneador Dairo Chica, en cuyas astas encontró la muerte la gran figura del toreo Pepe Cáceres.
Si bien en la Plaza de toros de Santamaría también hubo un muerto por asta de toro, pero en este caso de toro cebú; se trató del charro mexicano Arturo Bañales de la Paz y esto sucedió el día diez y nueve de septiembre de 1954, durante la presentación de un espectáculo de Jaripeo.
Si bien las cornadas no son agradables para nadie, y menos para un buen aficionado, hay que aceptar que son una realidad en una fiesta a todas luces varonil y cuyo “alto riesgo”, como la calificaría un joven moderno, demuestra el coraje, la valentía y el arrojo de unos personajes que están dispuestos a jugarse “el tipo” en aras de crear arte, arte sublime, arte que ha perdurado y lo seguirá haciendo a través de la historia.
Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: No se pregunten mucho de dónde salió el odio visceral que ciertas comunidades árabes sienten por los gringos. Estos musulmanes simplemente recuerdan como ellos, por ir tras sus recursos naturales, han sido tratados tanto en su territorio como en Gringolandia, o sea, de la misma forma humillante e inhumana como hoy vienen tratando a niños, mujeres y ancianos latinos, principalmente centroamericanos, que huyen de la violencia de sus naciones. Si la frase que voy a citar había caído en el olvido, hoy, con todos estos horrores que nos muestran en las noticias ha vuelto a tener actualidad: “Los estadounidenses son como Dios: “Están en todas partes y nadie puede verlos”. (En todos los sentidos de lo que es la visión).
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