He venido pensando en ti, Miguel Álvarez de los Ríos. Cuántas añoranzas de amigos desaparecidos, qué de anécdotas fiesteras, cuántos rincones escondidos para sepultar ilusiones. Todo es pasado. Sin embargo Miguel, como ya no tenemos futuro, es imprescindible corregir vivencias y enconcharnos en los recovecos de una memoria que, como la tuya, todo lo recuerda. Permíteme que haga un repaso de travesuras moceriles que muchas grietas dejaron en nuestras vidas.
Jorge Mario Eastman y yo hacíamos parte de la comitiva que desde Bogotá acompañaba al aspirante presidencial Guillermo León Valencia. Llegamos a Pereira. Por la noche se le ofreció un coctel en el hoy desaparecido Club Rialto. Del ágape hacía parte Germán Martínez Mejía, juvenil secretario de Gobierno de la ciudad. Eras, Miguel, un mandamás en el medio intelectual de Risaralda. Al ratificar nuestra hermandad en todo, con barruntos literarios comunes, festejamos el reencuentro con un desbordado río de alcohol. Eastman y yo nos desgajamos de la comparsa visitante. Fueron tres días con sus respectivas noches de intensa bohemia, allá en la Casa de las Valencias, con salidas nocturnas a Goyescas, alegre salón para las rumbas. Tú eras un mozuelo descarnado, con vocación de jirafa, de rostro lechoso, manos blancas y dedos largos. Para el baile, un camaján. Quebrabas el cuerpo de la pareja, la encaramabas sobre tus hombros, la deslizabas por la espada, la encanalabas por debajo de tus piernas y finalizabas en un sorpresivo salto aéreo, ella arriba, sostenida por tus brazos. Rodaban bullosas carcajadas para celebrar tus locas proezas.
Cómo, Miguel, estamos vivos. ¿Qué hicimos al tercer día de esa bacanal etílica? Amanecidos, Germán prende su carro y no sé cómo ni por qué terminamos en Arauca en una piscina que, al parecer, todavía pertenece a la familia Nauffal. Jorge Mario y yo, con irresponsabilidad infantil, hicimos una apuesta para comprobar cuál de los dos aguantaba más tiempo debajo del agua. En pocos segundos salí a flote por mi estado alcohólico. En cambio Eastman se sobrepasó de un minuto y de pronto saca la cabeza todo renegrido. Se nos iba a morir. Hubo que llamar médico a las volandas, dejarlo en reposo mientras lentamente se recuperaba.
Muchísimas son las historias de nuestras bazofias tarambanas. Miguel, ¿para qué más cirineos en el trasiego de la vida? Hoy son pocos los vecinos de mi corazón. En Manizales dos. El primero le hace apertura al portón de mis afectos, vive en la Calle 70 Nro 27-90 y el otro, mi gemelo en defectos, en la Calle 66 Nro 22-20. En Salamina, compañero en todo, tiene su hogar en la Carrera 8a Nro 6-31. En Bogotá, con achaques de vejez, están mis mancornas, en la Carrera 48 Nro 115-33, en la Calle 64 Nro 7-62 y el tercero en la calle 75 No 7-85. En Pereira dos son de la vieja guardia. Cuando los necesito los consigo en la Carrera 17 Nro 9-50 y al otro en la Calle 4 Nro 15-56. En esta ciudad topé dos muy selectos personajes con los que tengo, a plenitud, un perfecto acople intelectual. Los sintonizo en la Calle 36 Nro 13-25 Andes y en la Calle 10 Nro 15-B.40. Y pare de contar.
Miguel: amo la soledad. Llené un hueco de libros que son mis parceros en este declive biológico. Allí veo a mi amigo Don Quijote montado en un clavileño estático. Con ojos letárgicos, me ha acompañado, sin despabilar, en ocho lecturas para nadar en fantasías y regustar la maestría de su estilo literario. Lamartine, con bella prosa, me satura sobre la desconcertante revolución francesa. Repaso extensas biografías sobre ese monstruo glorioso que se llamó Napoleón Bonaparte. Cuánto embeleso suscita Shakespeare con sus tragedias y el esplendor de sus metáforas. Te cuento Miguel que me enamoran los autores griegos. Sófocles, Eurípides, Hesíodo, Aristófanes, Ovidio, Hesíodo, ¡y Homero! Agrégale los latinos Dante, Virgilio, Horacio, Cicerón, leídos y releídos. De la gran América cómo no extasiarme con Witman, el críptico Borges, García Márquez, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, y en Caldas con las plumas de Bernardo Arias Trujillo y Silvio Villegas.
“Yo soy yo y mis circunstancias” escribió Ortega y Gasset. Manejamos un Yo imperial con sus querencias íntimas. Hay un atavismo que nos ubica, un derrotero que se acomoda a los vaivenes, una voluntad que impone, un propósito al que le rendimos pleitesía. Uno se hace todos los días. Cada mañana, Miguel, tiene su hoja de ruta, y en el atardecer se verifican las contabilidades. Con sus contingencias inevitables. Contratiempos hay, pero es ahí cuando surge el hombre como soberano de su propio destino. Insistir con terquedad, caer y parar, resucitar después de las hecatombes. Las derrotas son anticipos de los triunfos. Tú y yo, Miguel, ya encaramados en la piragua de la muerte, dejamos un conflictivo historial. Para qué arrepentirnos si la vida es una pirámide de equivocaciones.
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