En nuestro país y en muchos otros de nuestra América Latina desafortunadamente se nos volvió costumbre pensar que lo público es sinónimo de mediocre, feo, desatendido, malo, regalado, ineficiente, lento, entre muchos otros calificativos que nadie quisiera tener que vivir o padecer cuando demanda un servicio público. La escuela pública no está lejana de esa desafortunada realidad, y parece ser que una descripción cruda de esta realidad escolar podría reunir características tales como: vidrios rotos, grafitis en las paredes, arrume de sillas destartaladas, canales y bajantes inservibles, desaseo, mala atención a los usuarios, desorden de horarios y un inaguantable olor de sus baños.
Me quiero detener solo en este último aspecto, porque creo que bien nos sirve para ilustrar la idea de reflexión que pretendo desarrollar. Empiezo entonces por preguntar a mis lectores: ¿Quién no ha tenido a lo largo de su época de estudiante una experiencia desagradable con el uso de las unidades sanitarias de la escuela? ¿Cuántas mamás tienen que encargarles a sus hijos que se aguanten hasta que lleguen a casa por temor a infecciones o similares? Nos hemos acostumbrado todos a esta pobre realidad: los niños en la escuela tienen que estar sometidos al uso de unidades sanitarias antihigiénicas y putrefactas; y digo solo los niños, porque los profes tienen como debe ser baños en buenas condiciones de uso.
Reflexionando sobre este asunto se me vinieron a la mente, por analogía, las unidades sanitarias de los centros comerciales, pues son estéticas, higiénicas, seguras y hasta confortables. Seguramente que en la escuela pública no es posible mantenerlas tan ambientadas y confortables, pero higiénicas y saludables no me cabe duda de que sí. Y es que para mí la escuela tiene que ser un lugar que dignifique la condición humana, un niño reivindica buena parte de su nacionalidad y de su patria en el seno de la escuela, es ella la encargada de reconocerle el pedazo de suelo que le corresponde; es en la escuela donde se tejen sueños y se cocinan esperanzas, es al lado de un maestro donde el niño aprende a desatar el nudo de su vida; nobles propósitos, loable misión, que como mínimo requiere de ambientes no de lujo, pero sí seguros y tranquilos.
Adicionalmente, pienso que el derecho a la educación consagrado en la Carta constitucional conlleva, entre otros atributos, el de las condiciones de habitabilidad y estadía y así mismo pienso que cuando a un niño se lo somete en la escuela a habitarla en condiciones de cualquier tipo de riesgo, se está afectando colateralmente su derecho fundamental. Debo reconocer que en Manizales hemos avanzado mucho en este aspecto y desde la Alcaldía municipal se vienen haciendo importantes esfuerzos por mejorar los espacios físicos escolares. Espero, y a eso los invito, que las comunidades educativas estemos a la altura de su buen uso, mantenimiento y conservación, pues con estos comportamientos estaremos cambiando la cultura y nos negamos a aceptar que la escuela pública irremediablemente tiene que ser fea y desvencijada. Exijamos una escuela digna de nuestros chicos y demandemos de ellos un uso digno de los diferentes espacios escolares.
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