Cuando ingresaba a la escuela estos días, presencié una imagen que me dejó profundas reflexiones. Hoy quiero compartirla con ustedes, que se preocupan por los asuntos relacionados con la educación. Personalmente, a mí estos acontecimientos me apasionan, porque la escuela, la de carne y hueso, se ha convertido en uno de mis grandes amores.
Un recuperador ambiental dedicado al reciclaje de basuras se aproximó a la escuela en compañía de su pequeña hija de tan solo siete añitos, quien cursa grado segundo de básica primaria. La acompañó hasta la puerta, le dio un afectuoso beso y con sus manos estropeadas por las basuras le impuso la bendición. La niña lo recompensó con una angelical sonrisa y raudamente salió al encuentro de su grupo de clases. El señor siguió como vigía la prisa de su hija. Cuando se aproximaron a la pérdida total de su ángulo de vista, ella volteó y le envió con su pequeña mano un beso mientras él, levantando su mano con seguridad y energía, le respondió con la bendición al mejor estilo del sumo pontífice en la Plaza de San Pedro. Acto seguido, él también imploró la bendición del Altísimo y se dijo a sí mismo: “¡Ahora sí, a "guerriar" la calle!”.
Quiero destacar con esta historia un hecho que en ocasiones pasa desapercibido para los maestros: la escuela es una estación segura para los padres. Aún conservamos ese privilegio. Ni la mala prensa, ni actuaciones equivocadas de algunos colegas, por fortuna pocos, han logrado sembrar la desconfianza en los actos de la escuela. Observen cómo este pobre hombre entrega a su hija a la escuela con esperanza, alegría y entusiasmo, para enfrentar su cruda realidad tan solo un segundo después. Esa misma tranquilidad que le genera la escuela lo lleva con convicción a lanzar el grito de batalla que seguramente le permitirá, cuando más, conseguir el pan para el día. Es muy probable que esta historia se repita recurrentemente en todas las escuelas de Colombia, millones de personas confían y depositan en ellas el cuidado de sus hijos buscando una esperanza, mientras ellos enfrentan la adversidad y la incertidumbre.
También podemos leer otro aspecto sobresaliente en la anécdota: en la escuela converge cualquier cantidad de matices poblacionales, problemáticas sociales y tipologías étnicas. En la escuela se da cita toda la fenomenología de una sociedad, porque como lo expresó brillantemente Philip Roth en su libro El animal moribundo: “La escuela es la gran mezcladora social”. Según el escritor estadounidense, en la escuela la sociedad se mezcla, se junta y se une. Yo diría, además, que en la sociedad la humanidad se segrega, se divide y se diferencia, de suerte que la diversidad cultural que se cita en la escuela se convierte en un escenario formidable para formar en la convivencia, el respeto por la diferencia y la tolerancia, porque en la escuela las diferencias se aproximan, se encuentran y se tocan.
En la sociedad, por su parte, las diferencias se multiplican, se potencian y marcan territorios estratificados. Por esta razón, cada día creo más en que el nivel de democracia que tenga una nación se refleja principalmente en la escuela y en la forma como ésta organiza el sistema educativo, pues en ella se reflejan los factores sociales, económicos y políticos de un país. Su vocación por la investigación, la ciencia, la tecnología, su interés por la recreación y el deporte, así como los índices de inversión, dan cuenta de su vocación educadora y de la discriminación que padecen sus habitantes. Quizá por ello no sea descabellada la idea que dice: “En un país se vive como se educa”.
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