A un año de la coyuntura histórica que nos ha correspondido vivir, en medio del confinamiento, el miedo, la crisis, la angustia y la desesperanza, pienso que lo más inteligente y práctico en este momento es irnos acondicionando para una nueva forma de vivir y de ser. Esta pandemia ha generado metamorfosis estructurales en todos los campos y dimensiones de la vida humana. La educación y la escuela no han sido la excepción, y estarían entre los sectores más afectados.
Me he estado preguntando por el porqué de la organización de la escuela, el porqué del currículo, el porqué de su sentido; en fin, es como una búsqueda desesperada por encontrar de dónde han salido los diseños y dónde se han originado las dinámicas escolares que hoy necesitan profundas transformaciones. Y he encontrado en la reflexión que no ha sido precisamente en los niños. Esta aparente y controvertida respuesta no la he asimilado con facilidad, pero la comparto plenamente. Nuestra escuela ha sido pensada a la medida de todos, menos de los niños.
El alto gobierno, hacedor de la política educativa, la ha pensado a la medida de sus indicadores macroeconómicos de desarrollo y del tamaño de sus necesidades de posicionamiento internacional. Los sindicatos la han pensado al servicio del bienestar y bien ser de los educadores, cosa que no está mal, solo que deja de lado al sujeto misional: los niños. Los padres, en medio de su poca o mínima participación, la han diseñado a la medida de sus costumbres, creencias y tradiciones. Y qué decir de las comunidades que regentan organizaciones escolares, pues sus doctrinas, sus filosofías y sus apuestas conceptuales determinan el tamaño de la escuela.
Creo que estamos ante un momento excepcional para que, por primera vez en la historia de la humanidad, pensemos una escuela al tamaño de los niños. Y esta tarea tiene que ser gestada desde el seno mismo de la estructura de la escuela, con el maestro como su principal obrero y con un rector como director de la obra, quienes celosa y fielmente indagan en los rostros de sus estudiantes los finos trazos del nuevo diseño escolar.
Ha sido histórico que las dinámicas de la escuela se queden suspendidas en medio del pulso institucional entre el alto gobierno y el sindicato de maestros. Varias décadas han sido testigos de este fenómeno. Ahora mismo el alto gobierno ordena el regreso a la escuela bajo el modelo de la alternancia, mientras que el sindicato la prohíbe y la condena.
Hace algún tiempo fue la jornada única: mientras el alto gobierno la impulsaba e imponía, el sindicato la rechazaba categóricamente. Y así podríamos retroceder décadas para validar estas perversas dinámicas que han perjudicado la esencia misional de la educación: los niños. Debo decir que ambos tienen razón desde la defensa de sus propios y más caros intereses; pero sus determinaciones no han estado afincadas en la defensa a ultranza del derecho a la educación de los niños, tal como debería dictar su compromiso misional.
Finalmente, lo más grave es que las escuelas y los maestros nos hemos quedado impávidos a la espera de quién gana el pulso y no emerge de la escuela, como cuna de la pedagogía, una propuesta autónoma ni un proyecto alternativo generador de esperanza. Esa es precisamente mi invitación. Aprovechemos estos tiempos para construir, desde la escuela y nuestro sentir de maestros, algunos proyectos pedagógicos que respondan pertinentemente a las necesidades, las expectativas, los sueños y las ilusiones de nuestros niños. ¡Solo un verdadero maestro es capaz de construir una escuela al tamaño de los niños!
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