Son las 6:30 a.m. y Juanita se dispone a empezar una nueva jornada de clases. Su set de trabajo está listo, chequea su computador, revisa la señal de internet y, antes de concentrarse, revisa cuidadosamente que en su maletín escolar virtual se encuentren debidamente ordenadas sus guías de trabajo y tareas escolares en archivos digitales. A las 7:00 a.m. ingresa a la ciberescuela y comienza una larga jornada rodeada de millares de personas, centenares de contenidos, miles de lugares, cientos de tutores disponibles y con acceso ilimitado a cualquier cantidad de recursos que transitan en el ciberespacio y están a su disposición haciendo un clic.
La tediosa jornada transcurre en medio de teleguías, audiolibros, simuladores, tutoriales, chats, emails, visitas virtuales, y una gama amplia de accesos que por su exuberancia se tornan complejos de asimilar y alcanzan incluso a perturbar la tarea escolar. Pasado el mediodía, Juanita termina su jornada, se toma un descanso para disfrutar su almuerzo y después de una hora empieza nuevamente otra larga jornada de tareas y compromisos académicos que, al igual que su jornada de colegio, le implica navegar en el ciberespacio y escudriñar archivos en la nube. Esta actividad le toma toda la tarde y en ocasiones solo termina cuando entra la noche.
Hasta antes de marzo de 2020, Juanita asistía presencialmente a la escuela y tenía una rutina diaria muy diferente. A las 6:30 a.m. salía de casa, no sin antes revisar su morral de útiles escolares, y se aseguraba de portar allí todos los útiles escolares, cuadernos, libros y su nutritiva lonchera que desde tempranas horas le había preparado su mamá con entrañable afecto. Abordaba su transporte escolar y compartía diariamente con sus compañeros de viaje. Saludos, buenos días, risas y anécdotas juveniles decoraban el inicio de un bello día. Antes de las 7:00 a.m., llegaba a la escuela y al ingreso se rodeaba de un sinnúmero de amigos y amigas que merecían su saludo y afecto. Para cada uno tenía una palabra, un gesto, una mirada, una sonrisa. Ingresaba al colegio cuya presencia era impecable. Los pasillos, las carteleras, los jardines y en especial profesores y directivos contagiaban con su calidez el frío matutino propio de una joven mañana que recién despuntaba del amanecer.
La jornada transcurría entre clases, talleres, laboratorios, gimnasio y el inolvidable “recreo”, que sin lugar a dudas tenía su propio encanto y se había convertido en un espacio mágico, pues allí se han dado cita bellas e inolvidables expresiones que conjugan profundos sentimientos y adornan su fresca personalidad escolar. Sonrisas, abrazos, gestos, miradas, bellas palabras, notas en papel de cuaderno y, por qué no, una lágrima que rodaba por la mejilla eran las estampas que adornaban el recreo e hipnotizaban a tal punto a los niños y niñas que la lonchera era olvidada o consumida sin conciencia.
Al igual que a Juanita, la vida nos cambió a todos. La jornada terminaba y la mayoría no queríamos alejarnos de nuestros amigos. Después de largas despedidas incluso nos inventábamos una tarea extra que nos obligaba a encontrarnos más tarde, porque esperar hasta la mañana siguiente para reencontrarnos sería una eternidad.
Esta descripción aproximada de los significativos y trascendentales cambios que hoy viven las escuelas del mundo nos lleva a concluir que aquí ha habido mucho más que un cambio en la forma de enseñar. Ha sucedido una mutación en la forma de vivir, porque mientras en la escuela presencial se aprende a vivir, en las plataformas virtuales y en los cibercolegios se aprende una instrucción. El escenario natural de los maestros es la escuela presencial. Allí se aprende con la mente, con el alma, con el corazón y con el cuerpo, pero además compartimos con quienes son nuestros compañeros en el viaje de la vida. Con ellos tenemos la oportunidad de regalarnos una palabra, un abrazo, una sonrisa o una lágrima que en lugar de caer sobre las letras de un teclado cuando leemos un email, se desliza suavemente por la mejilla al escuchar la voz entrecortada de quien nos mira a los ojos y expresa un simple adiós.
Personalmente, espero con afán y anhelo con prisa ese bello momento del reencuentro. Allí nos encontraremos para disfrutar tantas maravillas que ahora sí somos conscientes de merecer.
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