Hace unos días fui invitado a la reinauguración de la escuela de la vereda Pita Capacho en el municipio de San Onofre, Sucre. La escuela había sido abandonada por la presencia de grupos irregulares y debido a la intensidad del conflicto armado en esa zona.
La escuela de Pita Capacho fue víctima, como otras en muchas regiones del país, de un conflicto que además de producir muertes, miedo y desplazamiento, vulneró y negó el derecho a la educación, tan relevante para acceder al conocimiento y promover la libertad y el criterio autónomo.
La escuela fue hallada por los artistas Juan Manuel Echavarría y Fernando Grisalez en su recorrido por los Montes de María, una subregión compuesta por 15 municipios entre los departamentos de Bolívar y Sucre. Echavarría y Grisalez iniciaron la búsqueda de instituciones educativas abandonadas hace 8 años, luego de que en Mampuján, un municipio en el que su población fue desplazada, encontraran un tablero aparentemente silencioso pero en el que se entreveía una frase que decía “Lo bonito es estar vivo”. Esta imagen trágica pero a la vez esperanzadora los inspiró a rastrear los rostros, voces e historias detrás de un fenómeno que como el conflicto armado le ha dejado al país más de 6 millones de desplazados, 200 mil muertos y cerca de 50 mil desaparecidos. Las fotografías de estos tableros han sido denominadas por Echavarría y Grisalez como Silencios.
Paradójicamente, el silencio de Pita Capacho había empezado a habitarse antes de la reconstrucción de la escuela. En la institución, Elia, una joven docente que no ha sido nombrada en el cargo debido a la politiquería que abunda en la región, dictaba clase desde hace varios años bajo una construcción endeble de ramas, sin materiales académicos y sin baños. La de Elia es una historia en la que se mezclan las ganas, el compromiso y las dificultades que afrontan las mujeres educadoras de las regiones más apartadas de Colombia, y los efectos de la guerra y la corrupción, males que algunos están dispuestos a preservar con el propósito de mantener e incrementar sus privilegios.
La vocación a prueba de todo demostrada por Elia, además de la necesidad de formación de los niños en espacios adecuados, fue la que motivó la reconstrucción de la escuela por parte de la Fundación Puntos de Encuentro, dirigida por Echavarría, la ONG Tamarin Foundation y la población de Pita Capacho. El Estado nunca estuvo en el proceso y sigue sin estar.
El arte cumple una función esencial, porque además de preservar y desarrollar de la identidad local, regional y nacional, permite representar el mundo: en el que vivimos o en el que aspiramos vivir. En el caso de Juan Manuel Echavarría, su compromiso ha trascendido la simple contemplación. Procesos como el de Pita Capacho permiten cerrar brechas al dotar de herramientas para su desarrollo educativo y comunitario a poblaciones abandonadas por el Estado e impulsan la construcción de ciudadanía ya que empoderan a la población y les demuestra que son capaces de grandes cosas.
La extensión de la obra de Juan Manuel del plano artístico al social, ha permitido que en este caso, la desolación de los silencios desaparezca y en su lugar se construya la esperanza de un futuro mejor jalonado por la educación y la recomposición del tejido social de las comunidades.
La reconstrucción de una escuela es un símbolo de lo que somos capaces cuando nos unimos en torno a causas justas a pesar de las adversidades. Es también el reflejo de que como lo decían alegremente los pobladores de Pita Capacho: vale la pena luchar por lo que vale la pena tener.
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