Acabamos de terminar un año muy difícil para toda la humanidad, pero que ha dejado muchos aprendizajes. No sólo descubrió nuestras falencias como sociedad, también nuestras virtudes y nos enseñó los posibles caminos que podemos transitar a partir de este Año Nuevo para salir adelante y superar la crisis dejada por el Covid-19.
Como dijo el Papa Francisco en su mensaje de Navidad, “en este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad”.
Y el pontífice no se refiere solamente a una fraternidad con quienes nos rodean, sino a una solidaridad que trascienda grupos étnicos, religiosos o políticos e incluso, que supere las fronteras. Que llegue hasta los más vulnerables y olvidados, a los enfermos, a quienes han perdido sus empleos o cuyos emprendimientos se han visto afectados.
Pero que también que alcance a los jóvenes y en especial, a las mujeres, las mayores víctimas de esta pandemia. Basta con decir que más de 12 millones de ellas están en condición de pobreza extrema y vulnerabilidad, a lo que hay que agregar que la cuarentena vivida no solo aumentó la carga del trabajo en casa sino el maltrato físico y psicológico hacia ellas.
Con una tasa de desempleo general en Colombia que alcanzó el 15,8% y la pérdida de más de cinco millones de empleos durante los meses más fuertes de la cuarentena, se puso en evidencia que somos uno de los países más desiguales del mundo.
Es por ello que debemos apostar a que en medio de un país polarizado busquemos soluciones sobre aquellos aspectos fundamentales que nos interesa resolver: superar la injusticia social, ganarle la batalla al desempleo, a la informalidad y a la desigualdad y lograr así la paz y la reconciliación.
Para ello debemos entablar a un diálogo para que por la vía de consensos ciudadanos podamos emprender un proceso de reactivación económica y social que recupere los millones de empleos que se han perdido y generar nuevos puestos de trabajo, que mejore la productividad y un crecimiento económico sostenible, en un esfuerzo coordinado entre el Estado y el sector privado. Que incentive y proteja el tejido empresarial, sobre todo a quienes generan la mayor cantidad de empleo: las micro, pequeñas y medianas empresas.
Y para que esto sea posible, se debe escuchar las necesidades más sentidas de las comunidades que habitan las regiones, que son el corazón del país. Esa es la propuesta que estoy impulsando como directora del Partido de la U, un pacto social por Colombia, en donde nos pongamos de acuerdo sobre los problemas fundamentales de nuestras comunidades, porque estoy más que convencida que la debilidad y fracaso de muchas políticas nacionales se ha dado por la desconexión con la gente y con el país regional.
Es una tarea que debemos asumir evadiendo los extremos y sus discursos populistas. Por el contrario, hay que trabajar sobre objetivos, que como dice el Papa Francisco en su Encíclica ‘Fratelli tutti’, estén “más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común”, que nos lleve a construir un país en paz, con bienestar y esperanza.
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