La desaparición prematura del escritor Rafael Humberto Moreno Durán a los 60 años de edad dejó un terrible vacío en el campo de la narrativa colombiana contemporánea, pues con su ausencia el panorama se volvió casi un desierto en materia de crítica, reflexión, experimentación y apertura de vasos comunicantes con las otras literaturas del mundo. El autor, nacido en Tunja el 7 de noviembre de 1945, estudió derecho en la Universidad Nacional de Colombia, luego viajó a Perú y más tarde se instaló durante largo tiempo en Barcelona, cuando esa ciudad era el centro de la literatura hispanoamericana.
En esos años coincidió allí con otros autores colombianos como Óscar Collazos, Héctor Sánchez y Miguel de Francisco, ya fallecidos los tres, y con Luis Fayad, Ricardo Cano Gaviria, Sonia Truque y Manuel Giraldo Magil, entre otros que trabajaban en la pujante industria editorial antes de que el catalanismo se impusiera y la lengua de Cervantes se convirtiera en la convidada de piedra que es hoy en la ciudad condal, obligándolos a todos a retornar a casa. Además de esos autores colombianos de la generación post-macondiana, Moreno coincidió en esa época con toda la pléyade de escritores del boom latinoamericano, encabezado por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, quienes residían allí en el lujoso barrio de Sarriá apadrinados por la gran agente literaria Carmen Balcells, que los volvió mundialmente famosos y millonarios.
Relacionado con las revistas literarias y las principales editoriales, interlocutor de una pléyade de brillantes autores españoles y catalanes, Moreno Durán publicó ahí en Seix Barral su famosa trilogía Fémina Suite y otros libros más que lo situaron rápido entre los más originales autores latinoamericanos. Su narrativa nada tenía que ver con el naturalismo y el costumbrismo de Vargas Llosa o el realismo mágico de García Márquez y al ser cerebral, cosmopolita y crítica se relacionaba más con las grandes obras centroeuropeas de autores como Musil, Mann y Broch, entre otros muchos que él admiraba.
Era además un lector profesional y un pensador de amplios vuelos que se interesaba en la historia, la ciencia política, la filosofía, el sicoanálisis, entre otras disciplinas que fascinaban a los autores de su generación como Óscar Collazos, Helena Araújo, Fernando Cruz Kronfly, Nicolás Suescún, Ricardo Cano Gaviria, Darío Ruiz Gómez, Hugo Ruiz y Roberto Burgos Cantor, entre otros muchos. Cuando despuntaron a la literatura en los años 60 y publicaron sus primeros textos en la revista ECO, todos ellos vivían en un entorno intelectual que se abría al mundo y no tenía complejos, tal como ocurría en México con Octavio Paz o con Jorge Luis Borges en Argentina. Eran escritores ambiciosos y soñaban con obras totales y profundas. No temían a los grandes mamotretos.
Después, al imponerse en todo el continente en los medios universitarios y culturales las ideologías sectarias de las corrientes marxistas-leninistas o maoístas y darse el auge de cierto nacionalismo latinoamericano animado por la revista Casa de las Américas desde La Habana, al mando del recién fallecido Roberto Fernández Retamar, las veleidades intelectuales de todos estos autores fueron consideradas impertinentes en tiempos de revoluciones y reivindicaciones sociales y expresiones de un "intelectualismo pequeñoburgués". El triunfo espectacular y mundial de Macondo arrasó con esta generación que fue calcinada bajo el fuego del impacto meteórico en el mundo de Cien años de Soledad.
Moreno Durán lo sabía y siguió dando la lucha en la última parte del siglo XX con los diversos libros de narrativa y ensayo que publicaba en Alfaguara, cuidados por la joven Pilar Reyes, y que después de su fallecimiento han desaparecido de las estanterías, reemplazados por una narrativa más comercial cuyo único objetivo es el éxito inmediato de ventas, la injuria y el escándalo o por centenares de libros de testimonios que abordan las diversas temáticas de la violencia endémica colombiana. El tipo de literatura que él ejercía con pasión y altura terminó por ser relegada a las bodegas de las editoriales universitarias o simple y llanamente al olvido.
Moreno Durán tenía un gran sentido del humor y sus respuestas repentinas irónicas o sarcásticas causaban admiración entre sus amigos, aunque también molestaban a otros cuando ejercía el sarcasmo y la lengua viperina contra sus colegas, a quienes consideraba casi siempre autores de menor nivel que él. A veces megalómano y egocéntrico, también era capaz de practicar una gran generosidad con los autores jóvenes o con los amigos.
Y lo sé por experiencia propia, pues después de que gané la Beca Ernesto Sábato de Proartes para la escritura de mi tercera novela El viaje triunfal, con un jurado compuesto por él, Darío Ruiz Gómez y Fernando Cruz Kronfly, Moreno hizo todo lo posible para que mi libro saliera muy bien editado en la editorial Tercer Mundo después del incumplimiento de Planeta. Cuando yo regresaba a Colombia, caminaba siempre con él por las calles bogotanas cuando aun era posible y en cierta ocasión propicié un encuentro suyo con Nicolás Suescún, a quien no veía hacia tiempo y era otro de su estirpe.
Lo había conocido un lustro antes, cuando regresó a Colombia después de su larga vida en la diáspora y cuando apenas comenzaba a abrirse de nuevo camino en un país en el que era de cierta forma un extranjero. Era de baja estaura, vestía trajes de paño negro y participaba con gusto en esas fiestas bogotanas interminables y deliciosas que sucedían cuando el país afuera se estaba hundiendo bajo las bombas y las balas, los asesinatos políticos y las explosiones impuestas al país por la tenebrosa mafia que presagiaba ya el inicio del paramilitarismo. Le gustaba beber a gusto y divertirse y divertir a los otros con sus ocurrencias.
Varias veces después nos vimos en México a donde iba con frecuencia a las Ferias de libro de Guadalajara. También coincidimos en diversas ocasiones en París en encuentros literarios que siempre terminaban en deliciosas libaciones de vino. Y nos vimos en Cali, acompañado él por su joven esposa Mónica Sarmiento, cuando le fue otorgado el doctorado Honoris Causa de la Universidad del Valle a Cruz Kronfly.
Su regreso a Colombia por fortuna fue exitoso y pronto se convirtió en uno de los más importantes y reconocidos narradores del país, al lado de su gran amigo y cofrade Germán Espinosa. Estaba en pleno apogeo literario cuando la enfermedad se lo llevó el 21 de noviembre de 2005 privándonos a los colombianos de muchas de sus obras futuras. La última vez que lo vi escrutaba solitario libros en la Feria Internacional del libro de Bogotá. Por su disciplina y rigor, Moreno Durán hubiera seguido ejerciendo un magisterio invaluable y sería sin duda un baluarte contra la mediocridad ambiente. Su longevidad hubiera sido muy benéfica para la literatura latinoamericana y para el país, donde muchos lamentamos su ausencia.
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