El profesor Francisco Cajiao afirmó en su columna de El Tiempo esto: “Aburrimiento (del latín ab –prefijo, ‘sin’, horrere –‘horror’) es…” (5/1/2021). ‘Horrere’ no es un sustantivo, es el infinitivo de ese verbo que significa ‘erizarse, encresparse; estremecerse de miedo, temblar de espanto; tiritar; temer, mirar con horror’. Y este sustantivo –‘horror’– se dice en latín, sí, señor, ‘horror-oris’ (‘encrespamiento del cabello; agitación; miedo, temblor, pavor; ruido áspero, dureza; oscuridad, tinieblas’). Sus sinónimos son ‘temor, pánico, pavor, espanto’ y muchos otros, entre ellos el colombianismo ‘terronera’, que el escritor Álvaro Marín Ocampo define así en sus “Voces fatigadas”: “Culillo. Miedo intenso debido a una circunstancia o persona. Cuando cunde el pánico”. De regreso al ‘aburrimiento’ del señor Cajiao, que también llama ‘aburrición’, es conveniente anotar lo que enseña J. Corominas acerca del verbo ‘aburrir’: “Primera mitad S. XIII. (…). En toda la Edad Media y en el S. XVI ‘aburrir’ y ‘aborrecer’ (del lat. tardío ABHORRESCERE), son sinónimos, con el significado latino; la acepción ‘fastidiar’, el empleo reflexivo y la distinción moderna entre aborrecer y aburrirse no aparecen hasta el S. XVI o más tarde”. Nota: ‘Aburrimiento’, en latín, se dice ‘tædium-ii’ (‘fastidio, disgusto, aversión, repugnancia’); también, ‘mæstitia-æ’ (‘mesticia, pena, dolor, tristeza, sufrimiento’).
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‘De su peculio’ es una locución que equivale a ‘de su bolsillo’. En la nota sobre el nuevo gerente de la Empresa de Renovación Urbana, el redactor de ‘Supimos que…’ escribió: “Gustavo Salazar Saddy (…) contó que el abuelo materno, Asís Saddy, fue un siriolibanés que vivió en esta ciudad y donó de su propio pecunio el primer monumento que tuvo la Plaza de Bolívar” (LA PATRIA, 10/1/2021). ‘Pecunio’ no existe en castellano; ‘pecunia’, sí, palabra tomada directamente del latín con el significado de ‘dinero, blanca’. ‘Peculio’ era la “hacienda o caudal que el padre o señor permitía al hijo o siervo para su uso y comercio”. También, el “dinero que particularmente tiene cada uno, sea o no hijo de familia”, acepción esta más acorde con el dicho mencionado, que claramente quiere decir que a quien se le aplica, y como decimos coloquialmente por estos pueblos de Dios, ‘se mandó la mano al dril’ para cubrir los gastos de un proyecto, de una compra o de lo que fuere. Los dos términos –‘pecunia’ y ‘peculio’– proceden del sustantivo latino ‘pecus-oris’, que significa ‘ganado, rebaño’. La explicación de esta procedencia se encuentra en el significado primario del sustantivo latino ‘pecunia-æ’, a saber, “fortuna que resulta de la posesión de ganado”. Para redondear, otros de sus significados: ‘moneda, riqueza, fortuna, patrimonio’ y, con mayúscula inicial, la diosa de la riqueza.
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Todos los pronombres concuerdan con su antecedente en género y número. Norma gramatical fácil de aplicar, aparentemente no para el doctor Jorge Raad Aljure, que así escribió: “Una forma clásica de ello es la corrupción, el cual es el mayor problema social y económico del país…” (LA PATRIA, 5/1/2021). Pensó quizás –es mi conclusión– que el pronombre relativo ‘el cual’ debía concordar con ‘problema social’, masculino. Equivocadamente, sin duda, porque la concordancia se establece entre el pronombre y su antecedente, que en la oración glosada es ‘corrupción’, sustantivo de género gramatical femenino, que, entre paréntesis, nada tiene que ver con la anatomía, aclaro: los géneros gramaticales masculino y femenino son sólo eso –gramaticales–, indispensables para la concordancia, ¡cómo no!, gramatical.
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Otro caso de concordancia en género y número es la del adjetivo con su sustantivo, desacatada inexplicablemente por el padre Gallo en este aparte de su Oasis: “La sonrisa alegra a los demás y hace sentir contentos a las personas que hablan o trabajan con nosotros” (LA PATRIA, 5/1/2021). Aun la explicación sobra: el sustantivo calificado por ‘contentos’ es ‘personas’, razón por la cual debe construirse en femenino: ‘contentas’. ¿Quién lo duda?
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