Un tropezón cualquiera da en la vida... pero, el del Once Caldas ante Patriotas, es el quinto en seis partidos, con cinco empates en casa. En ellos, solo tres goles.
Y no es asunto menor. Sin dramatizar, la igualdad contra un rival de poco vuelo, hundido en la tabla y sin figuras, a punto de ganar el partido, de no intervenir el guardameta Ortiz con sus solventes manos, son motivos suficientes para analizar la confianza en el proyecto.
Cierto es que el Once buscó afanosamente todo el tiempo, ordenado en ocasiones o desbocado tantas veces, pero nada encontró, lo que ya es costumbre, por su insuficiencia ante el gol. Esta vez a Ovelar lo traicionó el perfil derecho con el que tuvo las mejores opciones. No fue, para él, una gran noche. Como tampoco lo fue para Guzmán, Gómez, Carbonero, Rodríguez, Estacio ni Sebastián Hernández, en el último pase, o en la ejecución final.
El esquema volvió a ser el mismo, repetido e identificado. Se juega sin sorpresas.
El partido se veía fácil desde el comienzo, cuando, al minuto, ya se registraba una acción favorable. Pero la complejidad apareció por las fatalidades frente a la red, o por la confusión con que el Once quiso solucionar sus problemas, sin genialidades creativas. Jugó con 10, 42 minutos, y no supo aprovecharlo.
Hubo figuritas y figurones. El plantel no da para más, sumado a ello el limitado aporte del entrenador. Para él lo fácil se hace difícil.
En el fútbol los partidos los pierden los técnicos y los ganan los jugadores. En Manizales es lo contrario. El general en el banquillo, nunca pierde.
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