Esteban Jaramillo @estejaramillo
En una gran noche por el triunfo, el Once Caldas salió de tiempo muerto en Bogotá, con un resultado que refunda el proyecto. Lo hizo con poco, pero consiguió mucho, tras semanas de dudas y desencanto.
Fueron dos goles locos, jugando al error del rival, frente a un zaguero irrecursivo, por su penalti y un portero con manos de mantequilla, explotados por los ágiles del Blanco. ¡Que golazo, a propósito, el de Nieto!
Si todos fueran Nieto; si todos fueran Correa, Ortiz o Rodríguez. Les sobran ganas, calidad, entrega y voluntad.
En crisis meter o correr, es vía aceptada. El Once, muy tenso, peleó el partido, no lo jugó, e hizo favorables los recursos disponibles, sin ganar tiempo, sin fingir faltas, sin atormentar con antifútbol. Supo, en medio de sufrimientos, especialmente en el remate del partido, jugar sin el balón, distante de las destrezas que lo caracterizaron. Rechazos a cualquier parte, todo válido, frente a la arremetida de Santa Fe sin orden, con disparos y sin puntería.
El gusto de la noche no fue el juego. Gobernó el drama.
Sin soltar la lengua a destiempo, una de sus virtudes cuando las criticas arrecian, empeñado en fortalecer el equipo, Bodhert encontró en el momento justo lo que buscaba, el triunfo que maquilla, por encima de todo.
De allí el tributo de sus jugadores con respaldo, donde debe ser, en la cancha y no en un escritorio o en una reunión plural de prensa.
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