Esteban Jaramillo

@estejaramillo

Años atrás, un presidente de Nacional, Hernán Botero Moreno, exhibió un fajo de dólares como protesta, por el mal comportamiento del juez central en un partido de su club contra el Medellín. Luego fue extraditado.

Tiempo después, el Pibe Valderrama, en su fallida incursión como entrenador de Junior, se mostró provocador, billete de 50 mil pesos en mano, contra Oscar Julián Ruiz, para rechazar su arbitraje.

Con broncas y berrinches, empujones y madrazos, se dirimen las diferencias entre los futbolistas, los entrenadores, de estos con los árbitros, sin pasar por alto la invasión al campo por parte de los dirigentes, para convertirse en víctimas y protestar decisiones, alejados del juego limpio.

Lo hizo el presidente del Once Caldas, exaltado como vive, molesto por una equivocación del juez central, desconociendo que la eliminatoria de Copa Colombia, se liquidó con amplio margen, a favor del visitante.

Pretende colocar una venda en los ojos de los aficionados, o lanzar cortinas de humo, para justificarse como víctima, en la pobreza de la campaña.

Epílogo del torneo, soñando con un milagro. Mientras los jugadores se exhiben impúdicos peleando en público. ¡Qué vergüenza!

Pero, si falla la cabeza que insulta desde el palco, cómo van a controlar sus emocionados los futbolistas en punto extremo de exaltación, con la adrenalina a tope.

No hay justificaciones frente al desplome del Club. Fueron tan frecuentes las equivocaciones de los directivos, la dirección técnica y los futbolistas, que el final parece lógico. Juego insulso sin alegría, sin victorias y eliminados.

¿Cuántos torneos y cuantos años se requieren para que el presidente se entere que está en el lugar equivocado?

Por ello la afición relevó la excitación inicial, con expectativas, por desencantos. Cada error cometido, se ve como una provocación al hincha que hace rato perdió la paciencia. ¡Qué miedo! El Once no tiene cabeza y sin ella no se juega.