Antes de ser el famoso escritor que es, Arturo Pérez-Reverte fue un importante corresponsal de guerra durante dos décadas. Ese trabajo es el que le da pergaminos de sobra para meterse a narrar en casi 700 páginas la batalla más sangrienta de la Guerra Civil Española y de cualquier otra guerra en ese territorio.
Línea de fuego trata de la batalla que se libró en el Ebro entre finales de julio y comienzos de agosto de 1938 y que dejó, se calcula, unos 20 mil muertos de ambos bandos.
Fue el periodista y novelista Víctor Diusabá Rojas quien contó, al presentar su libro Los beatos mueren a las cinco, que se calcula que sobre la Guerra Civil Española se han escrito unos 15 mil libros, y este de Pérez Reverte entra a formar parte de esa literatura, aunque en la solapa se hable de que es una novela sobre los hombres y mujeres que combatieron en ella y no sobre la Guerra.
Decirlo es fácil, pero claramente es una obra que ahonda en ese momento clave de las definiciones de una nación que se construía y en las que hubo serias diferencias, además de intereses internacionales. España fue el laboratorios para la Segunda Guerra Mundial, e incluso para la Guerra Fría, pues en ese país se congregaron todas las ideologías para dar las batallas que vinieron después en varias latitudes.
Es una obra que no toma partido y que intenta explicar desde las posiciones de los protagonistas lo que sucedía en ese momento, en el que al final los muertos en su mayoría eran españoles, pero los hubo también de varias nacionalidades, en favor y en contra, de ambos bandos.
80 años después de ocurridos los hechos del Ebro, Pérez-Reverte reconstruye los pasajes con base en testimonios de sobrevivientes que quedaron para la historia, en investigaciones personales y toma prestados los nombres de personas de carne y hueso que efectivamente batallaron allí, pero hace lo mejor que sabe, los monta en la ficción para explicar de mejor manera lo que allí sucedió.
Por momento, sentí el tono de Sidi, la novela en la que rinde homenaje al Cid, porque hace énfasis en la humanidad de los que allí están y en tratar de explicar al hombre y sus circunstancias, también a las mujeres que se hicieron presentes en esa guerra. Al tiempo, el libro trasciende de las anécdotas personales para hacernos una radiografía de los intereses que se movían, de lo que buscaba Stalin con la Internacional o el propio Franco que aprovechaba a los marroquíes en sus filas, así no le rezaran al mismo Dios que impuso a rezo y bala luego.
Nos muestra lo que saca la guerra, lo peor y lo mejor de los seres humanos, y lo hace sin imposiciones morales, sino desde la comprensión de la realidad que debe vivir cada uno en un momento determinado o el que le imponen las circunstancias, vivir o morir o costa de la propia dignidad o de las creencias. Nos lo recuerda en cada episodio.
A veces puede costar seguir la cantidad de nombres, que se incrementan a medida que avanza la novela en las tres grandes divisiones que tiene (Sombras en la orilla, Choque de carneros y Los dientes del diablo), pero no tanto como para no retomar pronto el rumbo. El epílogo es bien interesante, no como tantos que escriben hoy en día muchos autores para justificarse, sino para dar cuenta de qué pasó con esos personajes de los que tomó prestados los nombres para contar esta novela épica que nos recuerda lo infame de la guerra, y que la peor de estas es la civil, en la que se matan entre los mismos.
Es imposible leer esta novela y no pensar en esa guerra de baja intensidad en Colombia, entre colombianos, que sigue sacando lo peor de nuestras guerreristas.
"La terquedad contra la tenacidad, la audacia contra la osadía; y también, justo es decirlo, el valor contra el valor y el heroísmo contra el heroísmo. Porque, al fin, era una batalla de españoles contra españoles", esta frase de Vicente Rojo se destaca entre cinco que escoge a manera de prefacio Pérez-Reverte para su obra, resume perfecto lo que intenta contarnos en estas páginas. Una obra impresionante, con toda la buena escritura de este español de abundante obra.
En frases
* Es lo malo de estas guerras. Que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tú.
* En la guerra, aprendió viendo morir a los hombres, se piensa menos con la cabeza que con los ojos.
* Sin disciplina no hay ejército.
* En la guerra, las buenas maneras se dejan para las novelas.
* No es fácil olvidar las voces de unos enemigos valientes.
* Los héroes no existen, solo las circunstancias.
* No hay nada bello ni romántico en un soldado muerto. Eso queda para las pinturas de los museos...
* Cuanto más firmes son las ideas de los hombres, más dura es la batalla.
* Mantienen la cabeza fría porque son gente bragada, hecha a que la maten y a matar.
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