Cada que un hombre invoca la guerra como recurso para terminar un problema demuestra que aún nos falta muchísimo para llamarnos civilización, aunque así nos digamos. Son millones de páginas las que se han escrito para describir las barbaridades de las guerras, desde los primeros tiempos. Ni siquiera en Colombia, en donde aún hay muchos frentes de batalla abiertos, hay quiénes niegan el daño que ha hecho tanta violencia. Seguramente nuestro país iría mejor si no se mantuviera en una guerra permanente, pero esta no es una columna de opinión, sino de libros.
Les explico de dónde viene esta reflexión. Andaban algunos macarras de la moral invocando intervenciones militares en Venezuela, mientras avanzaba yo en la lectura de Constantinopla, ópera prima del periodista Baptiste Touverey. Y cada que un dolor estremecedor surgía en el libro -una masacre, la muerte de un justo- porque siempre los hay, pensaba en la facilidad con la que se atreven a hablar de invasiones como si se tratara de un juego de niños.
Los mil años que duró en pie la capital del Imperio Romano -o Bizantino, como prefiera- de Oriente vio cómo en aras del poder hubo tanto dolor. Guerras para apoderarse de tierras, para mantener aceitado el ejército, para hacerse a esclavos y para violar mujeres. Eran carnicerías.
Pero esta novela histórica habla de un periodo exacto, del emperador Focas, que usurpó el poder al matar al sabio y prudente Mauricio, pero que lo perdió a manos de Heraclio, el joven, y de su primo Nicetas, que perdió el trono por caballero. Se da entre el año 610 y el 627, momento clave para prolongar la agonía del imperio. Estuvo a punto de caer entre persas y ávaros, pero debieron pasar casi 600 años más para que así fuera.
Al escritor colombiano Álvaro Mutis se le atribuye la frase de que el hecho político más reciente que le interesaba era la caída de Constantinopla, y aunque era una forma de evadir las constantes preguntas que hacemos los periodistas a los intelectuales sobre temas políticos, esa broma al final entraña una respuesta importante: Constantinopla fue el centro del mundo y, por tanto, centro de envidias y deseos. Es allí en donde se da la caída del imperio, pero antes de esta, fueron varias las oportunidades que tuvo esa ciudad para salvarse. Claro, en el camino, hay romances, traiciones, intrigas y estrategias, que impulsan la lectura.
Me encantan las historias noveladas del Imperio Romano. Por eso devoro los libros de Santiago Posteguillo, y no ceso de recomendar los elaborados y bien escritos textos de Collen McCullough. Es posible que muchos historiadores renieguen, porque seguramente buena parte de los detalles salen de la imaginación de los escritores, pero eso es precisamente lo que acerca estos textos a personas de a pie como yo.
Esta novela está escrita en cortos capítulos y con una prosa periodística. Va rápido y deja algunos interrogantes en el camino que uno quiere ir llenando con la lectura. Si le interesa la historia de Roma o de Constantinopla este puede ser un abrebocas para que se adentre en otras lecturas más exigentes.
En frases
* El pueblo me ama a mí (…). Y acabo de ganármelo de la única manera que se conquista a los hombres: ¡Por el estómago!
* Respeto y disciplina, sí. En el ejército, eran indispensables. Pero no obsequiosidad y dudas constantes.
* Lo peor que podía sentir un hombre era impotencia.
* Ella tenía la sensación de que no se trataba tanto de protegerse de la ira y la venganza del emperador como de evitarle la vergüenza de un escándalo.
* Su fatuidad le hizo temer el capricho de una arpía que amenazaba con precipitar su pérdida.
D E S T A C A D O
Cada que un dolor estremecedor surgía en el libro, porque siempre los hay, pensaba en la facilidad con la que se atreven a hablar de invasiones como si se tratara de un juego de niños.
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