Para quienes hemos visto las puestas en escena de Manuel Fernando el Flaco Jiménez es imposible leer Manizalados, su más reciente novela, sin imaginárselo en el escenario contando el cuento. Casi que al ir pasando los renglones se siente el tono burlón del narrador y hasta se ven las imágenes que arma con su poncho, como lo hizo al llevar a escena "A la diestra de Dios padre", de Tomás Carrasquilla.
No obstante, esta obra es mucho más que una puesta en escena. Nos cuenta la historia de Miguel de Cervantes, un manizaleño predestinado a ser escritor, pero todo un procrastrinador. No cumple su destino, porque en el camino se encuentra con el alcoholismo, la esquizofrenia y el trostkismo, no necesariamente en ese orden.
Se volvió agitador profesional, de esos que van a cuanta marcha se presenta para sacarla adelante, aunque siempre la sacaba más por miedo que por valentía, y esto lo hizo ganarse el respeto de los camaradas. Sobre todo, del líder natural, el héroe que muere por la causa y que en su nombre parece hacer evidente un homenaje a dos líderes frustrados en Colombia, Bernardo Jaramillo Ossa y Luis Carlos Galán. Se llama Bernardo Galán.
La novela se desenvuelve en dos momentos, el año más violento en la historia de Colombia, según el autor: 1985, y años antes cuando se da la toma de La Única, la fábrica mimada de los azucenos manizaleños, dice él. Combina sucesos reales con exageraciones literarias y hechos literarios con exageraciones reales.
La tragedia en la que termina la toma de la fábrica será el desencadenante de culpas y desvaríos de Miguel de Cervantes, quien termina en la clínica psiquiátrica de Manizales, "que parece un motel de tierra fría con begonias en el antejardín". Y finalmente, en comunicación con el más allá, obtiene las piezas clave para poder escribir la novela que prometió, pero que no despega.
La Toma del Palacio de Justicia, la explosión del volcán Nevado del Ruiz, anticipada por el protagonista gracias a una razón que le dejaron unas adivinas por teléfono, antes de volarse para Medellín por miedo a la avalancha, y cantidad de disparates en el medio hacen de esta obra una carcajada. Si al leer esta obra, sale a relucir un manizaleñismo tan extremo que le impida reírse de nosotros mismos, usted puede estar más manizalado que los personajes de este divertimento.
En frases
* Lo único decente en esa época era ser nadaísta o comunista.
* Quería morir aplastado por un carro como mueren los manizaleños en la capital.
* Esos metaleros criollos que se ponen la pinta satánica para ir a los conciertos, pero antes de salir piden la bendición a la mamá.
* Por ese filo corre la carrera 23, pero decir que corre es solo un decir porque la 23 renguea.
* A los lectores les gusta la sangre casi tanto como a los tiburones.
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