Comenzaron las campañas políticas. Lo hacen sin fijarse en gastos. Para postularse como candidato a cualquier cosa, en Colombia se necesitan inversiones de miles de millones de pesos. Se los gastan sin dárseles nada. Saben que ganarán pírricas sumas al lado de lo invertido, pero eso no les preocupa. Saben también que en el manejo del poder, cuando lo obtengan, recuperarán con creces y multiplicado mucho más de lo que invirtieron.
Es una desgracia que tenemos en esta enclenque y raquítica pantomima de democracia. Matemáticamente es inexplicable, las cuentas no cuadran. Pero en la cabeza de los aspirantes a cargos de elección popular, lo de menos es sumar o restar. A ellos les interesa ganar, que si lo hacen, saben que tendrán retribuciones que serán mucho mayores a lo que gastan en campaña.
Prometen de todo. Todos se van a recorrer senderos nunca caminados para abrazar a ciudadanos a los que no conocen y a los que les ofrecen el oro y el moro, sabiendo tanto los candidatos como los votantes que no les van a cumplir. Los compromisos y las promesas en política no pasan de ser propaganda para atrapar incautos. Se comienzan a sacar trapos al sol, dedicando la mayoría del tiempo a hablar mal de sus contrincantes, porque lo que tienen como ideas renovadoras, que demuestren un verdadero cambio en las costumbres políticas no hace parte de su formación personal, ni de su andamiaje político, levantado en intereses y no en principios.
El honor es una bagatela que tienen como su más despreciado valor, que no tiene utilidad en época preelectoral. Peor aún, sacarlo a flote para ser sometidos al escrutinio público sería un acto de decencia, que no está incorporado a los usuales modos de hacer política en Colombia. Sería suicidarse políticamente. Y los candidatos, en Colombia, no tienen vocación de Kamikases, o Shinpüs. Aquí tienen vocación de “vivos”. Esos aventajados representantes de la trampa y la farsa. Programados estructural e ideológicamente para engañar, que para ellos la mentira no tiene importancia, aunque sea una falsedad y una estafa, que en estricta ley debía ser penalizada como tal.
Atiborrarán las calles, las carreteras, los postes, los muros, con grandes avisos publicitarios, en los cuales todos salen bien maquillados y siempre sonriendo, fingiendo una simpatía que no tienen, con la que logran engatusar incautos. Eso cuando no les tienen el voto amarrado con cualquier artimaña de las muchas que manejan para “obligarlos libremente” a votar, so pena de perder el contrato, el puesto, la manutención, el trabajo. La política convertida en un pozo séptico asqueroso.
Llevamos 200 años de tiempo perdido como república, sin que hayan construido un país decente, en el que el poder que emana del pueblo, solo pueda ser controlado por el pueblo. Aquí no. Estamos en un país atrasado en lo político y lo social, con mentalidad feudal, en el que las élites y los políticos manejan todo a su antojo, demostrando con sus actuaciones falsas y sofisticadamente disfrazadas, que terminan siendo dictatoriales. Ellos harán uso del “poder” encargado por el pueblo, para demostrar con sus injusticias y con sus determinaciones antidemocráticas, que continuamos en el paleolítico político, sin que se vea una luz de esperanza, que prometa un mejor futuro para los ciudadanos de hoy o para las generaciones que nos sucederán.
Esa es Colombia. La tierra privilegiada en que habitamos, destruida por los que con desatino la manejan a su antojo, para vergüenza y frustración de toda una población que se acostumbró a vivir en la desesperanza, la pobreza y la falta de oportunidades. Esa es la Colombia que sigue siendo una colonia, de nuevos “conquistadores”, concentrados en famiempresas políticas, que manejan el poder a su antojo, simulando cumplir con la Constitución y las leyes, esas que burlan a diario de manera impune y descarada.
Sin embargo es preciso decirlo aunque no escuchen; repetirlo en este país de personas que como sordos y ciegos, les hacen el juego a los negociantes sin escrúpulos de la Cosa Pública, para que intentemos comenzar a cambiar. La esperanza, aunque esquiva y lejana, en definitiva, es lo último que se pierde. Tenemos que ponerle a este país sin fondo, algo que le sirva como cimiento para que podamos pensar en la posibilidad de un mañana distinto, manejado por personas que tengan honor, políticos que no tengan manchas en el manejo de lo público.
Es casi una utopía, pero debemos luchar por ella. Si no lo hacemos, estamos irremediablemente condenados a seguir en manos de unos pocos poderosos, que se adueñaron del poder y del país, sin que se hayan demostrado medidas efectivas para contenerlos, vigilarlos, cuestionarlos, investigarlos, sancionarlos y eliminarlos de la lista de elegibles.
¿Va usted a volver a botar su voto? Piénselo.
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