Aunque barón provenga probablemente del francés “baro”, que significa “hombre libre” y que la “baronesa” sea la que sale de la igualdad de género; son palabras que en el vernáculo lingüístico se definen como “Persona con un título nobiliario que en en España y en otros países es inmediatamente inferior al de vizconde”. También definido en la tercera acepción como “Persona que tiene gran influencia y poder dentro de un partido político, una institución, una empresa, etc.” Es en forma coloquial en Honduras: “camión adaptado para llevar pasajeros”.
Y no estamos lejos de esa definición, cuando vemos que salen de la nada baroncillos y baronesitas, que prometen todo, intentan atrapar incautos y despistados para salirles al final con un “chorro de babas”, demostrando que son diestros en el arte de engañar a la gente, pero siniestros en las actividades que terminan realizando. Acciones con las que de verdad dañan a la gente. Eso no les importa. Los tiene sin cuidado. No están aquí, participando de la piñata política, porque los muevan buenas intenciones o verdadera vocación de servicio.
Hay que decirlo de antemano, hay excepciones que se pierden entre la mayoría de los otros, pero son tan raras, que terminan confirmando la regla; una horda incontable de gente sin escrúpulos, que tienen intereses muy bien determinados, un programa muy bien establecido para manejar los dineros de los contribuyentes a su antojo, para apropiarse de buena parte de ellos y enriquecerse con la representación de esa comedia, que sin honor y con cinismo llaman política, arte que han degradado.
Nadie se atreve a decirles lo que son, sin rodeos, sin palabras adornadas. Calificativos con los que se quiere hacer pasar por sofisticadamente bueno, lo que es una verdadera desgracia para un país que con ingenuidad o ignorancia deposita su voto para elegirlos, sin saber que ese voto se convierte en el sufragio, que predice “la muerte” de las esperanzas y las buenas venturas de los ciudadanos que al meter el dedo, no saben que están metiendo la pata. No es por casualidad que se llama voto o sufragio. ¡Piénselo!
De entre esos candidatos hay muchos salidos de esas familias que se adueñaron del poder; esas que creen que es un privilegio que puede ser heredado, como parte de lo que han denominado las “famiempresas políticas”. Una verdadera desgracia para nuestra institucionalidad. Una burla artera e indecente para nuestra ya deshilachada democracia. Herederos de los herederos, de los barones políticos, o de las baronesas que van sin que les importe algo, haciendo lo que quieren con los bienes del Estado, de los que se apropian sin vergüenza, sin retenes, sin castigos.
Es a esa política a la que debemos la degradación a que han llegado nuestras instituciones, nuestras organizaciones de control que ven cómo burócratas crueles e insensibles se hacen ricos robándose el dinero de los colombianos, escondiéndolo con gran maña en sofisticados aparatos para encubrir lo mal habido y posar de acrisolados representantes de nuestra sociedad, sin que actúen las instituciones encargadas de incautarles y hacerles extinción de dominio a lo que tienen mal habido, a su nombre, o distribuido entre familiares y testaferrillos que se lucran, por ser “alfiles” fieles, de “reyezuelos” a los que un día, ya lo veremos, los “peones” pondrán en “jaque” y les darán “mate”, sin importarles que tengan que sacrificar las “reinas”.
Esto tiene que cambiar. ¿Cuándo? Lo más pronto posible. Para lograrlo, es necesario que los que los controlan sean intachables, tengan honestidad a toda prueba, no tengan precio, porque de verdad se aprecian a sí mismos y conocen el valor del honor. ¿Cómo? Con ciudadanos que ejerzan funciones de veedores, de guardianes de lo público, que unidos a grupos preocupados por el bienestar general no tengan miedo de enfrentarlos, señalarlos y denunciarlos.
Que las penas sean directamente proporcionales a lo que se robaron. Que mientras no reintegren todo lo que se mariscaron de los dineros públicos, no puedan salir de las mazmorras que merecen. Finalmente, que no tengan el privilegio de estar en sus mansiones mal habidas, como lugares de reclusión, burlándose de toda una nación.
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