¡La paz no ha sido con nosotros! Se hizo un intento valioso para conseguirla, pero desafortunadamente tiene más enemigos que su antípoda la guerra, en un país en el que hemos vivido en ella desde que tenemos memoria. Una memoria histórica que ahora se empeñan en distorsionar para que las nuevas generaciones no sepan la verdad, porque saberla nos daría una visión real y sin adornos de nuestra cotidianidad, de nuestro ancestral y heredado desprecio por vivir en tranquilidad y paz, que es mucho más difícil de conseguir y mantener, de lo que podríamos imaginar.
Es también mucho más económica y rentable la paz, aunque al principio cueste mucho más que mantener la guerra. La guerra seguirá comiéndose buena parte de nuestro presupuesto, para mantener los privilegios de castas enraizadas en el poder, de aparatos militares que necesitan inyecciones impensables de dinero para continuar en este nosocomio, en el que 1 de cada 8 colombianos está directa o indirectamente relacionado con ella, vive de ella, se nutre de ella, goza con ella, se enriquece con ella. ¡Maldito negocio, ese, el de la maldita guerra!
Pero la política que tenemos en curso hace todos los esfuerzos, para con hipocresía sin par darle una estocada final a lo que hemos logrado hasta el momento, queriendo cambiar toda una Jurisdicción Especial para la Paz, con el argumento, estulto por demás, de querer reivindicar los derechos de las víctimas, a sabiendas de que esas víctimas, fueron el resultado de las políticas que heredamos desde que tenemos memoria y que se acrecentaron por miles, desde que personajes sin escrúpulos, idolatrados sin razones, pero con furor de hinchada furiosa, convirtieron sus problemas y venganzas personales en motivos que justifican todo acto violento, cuando es ordenado por el Estado, y los que en él están al mando.
Hablo de una caterva de incendiarios que le ponen el alma al rencor y al odio, pero no participan de los enfrentamientos; para eso están, los miles de campesinos inocentes y los muchos jóvenes, que en general y contra su voluntad, son llevados a los frentes de batalla. Como si vivir en medio de la zozobra y el terror, no fueran suficientes motivos, para dar por terminada esta vocación guerrerista de los que rigen, y rigen mal, los destinos de la Patria.
Ya es hora de que el títere vaya sin perder tiempo, se quite la tintura blanca que puso en su cabellera para parecer más viejo, se afloje los pantalones, que por estrechos no lo dejan caminar bien, y enfrente como un hombre decidido los problemas que tenemos en Colombia, sin esperar las órdenes de su titiritero, un hombre sin escrúpulos, abominable e hipócrita, que habla con ademanes de conciliador, cuando la verdad tiene llena de amargura su cabeza, amargura ante la que la valeriana claudicó, incapaz de controlarla. Además ya no necesita hacer alarde de esa violencia gestual y de ese discurso energúmeno que lo caracterizaban, porque consiguió otros títeres, tan fáciles de manipular y manejar, que se encargan de hacer ese espectáculo deplorable de gritos y amenazas, con los que aturden a diario en sus diatribas insulsas y sus discursos incendiarios, llenos de violencia, pero carentes de razones y de calma, para convertir el Parlamento en un escupidero de vulgares intervenciones que diciendo ser políticas, son una apología al mandado, con personas sin autoridad moral para hacer las cosas bien y decirlas mejor. Personajes de novela grotesca, con la que se está editando la actual coyuntura política de Colombia: Palomas, Cabales, Felipes, Obdulios, Paolas, Marías del Rosario de la Guerra. No pocos de ellos relacionados directa o indirectamente con clanes de narcotraficantes reconocidos y judicializados, convertidos por el mesías en aparentes personas dignas y decentes.
Sí señor Duque, es hora de que usted sea usted; deje de imitar la Grisales, actuando en “Cuerpo ajeno”. El país necesita un presidente con capacidad de manejar los destinos, sin que lo manden, sin que le den la hoja de ruta, sin que tenga que llevar razones. Vuelva a recobrar su personalidad perdida, mancillada al estilo “Naranja mecánica”; no se deje manosear más, tome decisiones en bien del país. Vaya a acabar con el reclamo de las murgas, que tienen un resentimiento ancestral que hace que no tengan reversa. No es con represión, ni con violencia, como usted puede disolverlos. Es hablando con ellos, como suelen hacerlo los estadistas de verdad, cosa de la que son incapaces los títeres de mentiras.
Colombia no aguanta más el paso impuesto por el expresidente “hecatombe”. La hecatombe es él. No le dé más gusto. Respétese. Que las palabras de su madre y la herencia de su padre no se pierdan en un atolondrado mandadero. Su esposa, sus hijos y Colombia se lo agradecerían. Solo necesita tomar la decisión de cortar las cuerdas y ser usted, el que es, por mediocre que sea o haya sido.
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