“La esperanza es el único bien común a todos los hombres. Los que lo han perdido todo, la poseen aún”. Tales de Mileto
La pandemia que ha causado el Coronavirus, es una situación que para la casi totalidad de habitantes de la tierra era algo desconocido; solo teníamos referencias en las narraciones de las que sucedieron hace muchos años, que dejaron desolación y muerte por doquier. Carecíamos de una experiencia parecida de la cual hubiéramos aprendido. Nos cogió de sorpresa y nos enfrentamos a ella, sin haber sido preparados para una realidad igual.
Mucho se ha especulado sobre la causa que la produjo. Los humanos acostumbrados a dejarlo todo para el día después, no teníamos en nuestro inventario una idea de lo que tendríamos que vivir en caso de presentarse. Ahora estamos frente a ella, sin saber cómo va a terminar, cuántas personas van a contagiarse, cuántos seres humanos pagarán con su vida la desafortunada realidad.
Nuestra sociedad, acostumbrada con sus avances tecnológicos a hacernos experimentar el transitorio paso por la vida como una “realidad virtual”, estaba lejos de imaginar que un virus nos pondría en tantas dificultades y causaría tanta desolación. Las medidas tomadas son sacadas de análisis estadísticos y de conceptos de aislamiento, que disminuyen la posibilidad de contagio.
Tenemos que enfrentarla con la única arma a nuestro alcance, para una enfermedad que desconocida no tenía ni prevención, ni cura. El mundo entero está hoy en posibilidad de ser contagiado. Las medidas de defensa son aislarnos para evitar ser contagiados y contagiar a otros. Parece ciencia ficción pero no lo es. Aquí y ahora estamos enfrentados a una realidad que pone en dificultades a personas, familias, comunidades, países, sistemas de salud y gobiernos.
Algunos países han tomado la situación a la ligera, le han quitado la importancia que merece, empecinados en que es más importante la economía que la vida. Ignoran que sin vida no hay economía, aunque la economía deteriorada altere mucho la vida. Eso es secundario. Las medidas tomadas y la distribución de los recursos parecen más dirigidos a proteger grandes conglomerados económicos que a demostrar una solidaridad generosa y desinteresada, que nos permita a todos salir de esta debacle bien librados, lo menos dañados posible.
Pero de todo tenemos que aprender alguna lección. Esta que estamos pasando, nos deja muchas enseñanzas que cambiarán para siempre el modo de comportarnos. Nos demuestra con dolor y sufrimiento el grado de estupidez al cual hemos llegado. La falta de solidaridad, en un mundo que enfermizamente es individualista, que solo le da importancia a ídolos de barro, que pone por encima del bien común al individual, nos ha convertido en el único bípedo sin plumas que teniendo la posibilidad de caminar erguido y con conciencia, se paró para volverse rastrero. Un verdadero desperdicio de millones de años de evolución, para sacar a flote al que en esas circunstancias puede ser el peor de todos los animales, convertido sin que parezca importar, en la alimaña humana.
Es en estos momentos la única hora de actuar con responsabilidad y concepción social; de demostrar una conciencia y solidaridad por encima de egos, famas, apellidos y riquezas. Nos tienen que preocupar los menos favorecidos, los abandonados, los desechados, los marginados, los pobres, los desheredados de la vida, en una economía que hace apología al enriquecimiento de pocos a costa de la pobreza y miseria de millones.
No podemos permitir que esta tragedia humana se convierta en un botín, en el que obtendrán beneficio políticos sin escrúpulos, multimillonarios que sin el aval de los otros no tienen tripas, una descarnada alegoría a la insaciable condición de la codicia y la avaricia en sus peores y más profundas dimensiones.
Este no es un problema de liquidez de bancos y banqueros. Tampoco es un filón para enriquecer “pastores” inescrupulosos, que prometen “ríos de vida” a cambio de descarados diezmos. Este es un problema de todos los seres humanos, de todas las familias, de todas las sociedades. Es la vigencia de la esperanza la que está en juego; la posibilidad de una vida digna en comunidad, preocupados por los demás.
Es la vigencia de la esperanza la que está en juego.
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