Estamos enfrentados a un nuevo orden en el manejo de lo público. Eso pasa entre nosotros replicado o replicando lo que está pasando en muchas partes del mundo. El Estado de Derecho ha sido aplastado por el Estado de opinión, para mantener el poder, sin importar que para lograrlo se tengan que violar todas las barreras que fueron un día enseñadas como pilares fundamentales de las democracias.
Es la transformación forzada de principios que se enuncian en un mundo civilizado, para procurar el bien común, cerrar las brechas y acabar con la desigualdad de oportunidades, bases sobre las que se levantan falsas democracias, que como la nuestra no se da por enterada del desprecio social que produce, la creciente ola de resistencia contra las instituciones, la anarquía que se apodera de la rutina, para enfrentar la desigualdad que aumenta a diario con todas las injusticias que le son propias.
En este nuevo “orden institucional” se evidencia la importancia de la violencia como arma de los que se suponía estaban elegidos legalmente, conformando instituciones que presumíamos tenían cimientos sólidos, manejadas por personas que actuarían cumpliendo los principios constitucionales que nos rigen.
Pero entre nosotros el orden ha sido manipulado impunemente, sin recatos, para convertir nuestras instituciones en verdaderas letrinas, de las que brotan sin control las acciones ilegales, las violaciones grotescas y desafiantes a la ley; la descarada destrucción de nuestros principios rectores, la arrasadora ola que destruye nuestro mal parado y peor parido sistema de poderes.
Poderes sin control que hacen lo que no es permitido, violan la Carta Magna, la institucionalidad y las leyes, con el consentimiento de quienes nos gobiernan, por encargo, en cabeza de un improvisado presidente que salió de la nada y contradice a diario todo lo que representa ser demócrata, civilizado, socialmente comprometido con las personas a las que gobierna.
No solo ha sido manipulable e improvisador, sino que está destruyendo a pasos agigantados lo poco que nos quedaba de país decente, haciendo mandados de autoritarismo hipócrita disfrazados de aparentes buenas maneras, cuando en realidad representan todo lo contrario al progreso que debe tener una sociedad moderna, solidaria y justa.
Colombia no resiste más este aquelarre de improvisación y desgreño que tenemos, tanto en lo político como en lo social. No aguanta más autoritarismos hipócritas que benefician minorías y dejan en el olvido a las grandes mayorías que conforman el país, para la vana gloria de un dominio hegemónico de las instituciones, que se han convertido en los verdugos y no en los dirigentes que la gente quería tener manejando su destino y su futuro. Colombia no acepta más este descarado régimen de injusticia y malversación, en manos de personas de muy baja estofa ética, de precaria formación social, desconocedora de los principios de igualdad y solidaridad que merecen los países civilizados y bien gobernados. Colombia no se conforma con las élites de poder que hacen de este paraíso tropical un lodazal, lleno de podredumbre, deshonestidad, ilegalidad, violencia, irrespeto a la institucionalidad y cinismo político.
Los acontecimientos de los últimos días hacen urgente la necesidad de repensarnos como nación y como sociedad. No podemos permitir que esas cloacas improvisadas y corruptas, apoyadas por estamentos del Estado, que actúan con las mismas maneras con que lo hacen los que están al margen de la ley, sigan originando el caos y agrediendo a los ciudadanos que, en uso de un derecho Constitucional, salen a protestar.
Las fuerzas del orden tienen la obligación legal de respetar las normas. No pueden diferenciarse de los vándalos y de los terroristas, comportándose igual o peor que ellos. Las instituciones tienen unos principios fundamentales que deben respetar, para no caer en la trampa de ser agentes de una violencia legitimada, sin vergüenza alguna, causando más daños que los que supuestamente querían evitar.
El actual gobierno ha reescrito sin avergonzarse, una nueva y torpe hoja de ruta que bien puede escribirse como: “Los mandamientos al revés”. Ya es hora de que se dé el fin del CD.
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