“No hay peor tiranía, que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia”. Montesquieu
Las noticias no podían ser peores. Duque en Europa cuestionado por colombianos a los que hace sacar a la fuerza de los lugares donde va a hablar. No quiere que lo escuchen los que saben bien de sus trampas y ardides. Lo respalda para eso una embajadora que es lo contrario a lo que representa Francia, una mujer con ideas ancladas en las peores épocas de “la caverna” política.
Como si fuera poco, sale el escándalo del FGN, con todo lo que representa en deshonra para nuestro país tener a un hombre de tan baja categoría ética y moral en ese cargo. En cualquier pueblo digno, incluso en uno del tercer mundo, ese hombre estaría impedido. En Colombia no. Se ufanaba de tener “datos nauseabundos” de las trampas en elecciones; guardó silencio, no dijo nada; como si eso no tuviera importancia en un país manejado por corruptos y clientelistas, que siguen órdenes de los verdaderos “dueños del poder”.
Nos duele Colombia. El camino que toma nuestra patria está lejos de ser el mejor. Todos los días vemos con más escepticismo la verdadera realidad de cambio. Tenemos en funcionamiento una opereta de baja estofa, en lo político y en lo social. Estamos arruinando nuestro futuro, y parece no importarnos. Las generaciones que nos sucedan, verán con ojo crítico los desmanes de nuestra clase política; la falta de acciones de una sociedad civil paralizada por el miedo; la construcción de un Estado agorero y oportunista en manos de un improvisado jefe de Estado, que se dedicó con sus “regalos” de camisetas alrededor del mundo a hacer una demostración, estúpida por demás, de lo que para él es la “colombianidad”.
Tenemos un desorden general que franquea los límites departamentales y hace metástasis en todos los municipios. Estamos dejando solos a los campesinos, que son los que pagan los platos rotos de un país en el que la violencia, maldita violencia, es la forma no declarada, pero real, de imponer imperios de miedo y de incertidumbre. No podemos volvernos otra Venezuela. Sería el desastre de una Nación completa, en lo humano, lo social y lo económico. Nuestro futuro se cierne con previsiones de mal tiempo, mientras tengamos en el Estado estos dirigentes tan corruptos, tan cínicos, tan insolentes, tan indolentes, tan indiferentes con la realidad del país. Intereses partidistas que priman sobre el bien común, acercándonos al límite del abismo.
O retomamos nuestra perdida capacidad de asombro, o estamos irremediablemente condenados a caer en el precipicio al que nos acercamos; un abismo sin fondo, que nos convertiría en otra república no viable, con las desgracias que ya conocemos han sufrido nuestros hermanos en estas latitudes y nuestros congéneres en otras, cuando, sometidos a imperios de dictaduras que han destrozado economías enteras, puesto a sufrir a millones de habitantes, a quienes les quitan la esperanza, la libertad y el futuro. Todo eso sin ruborizarse, para enriquecer a unos pocos reyezuelos, que por supuesto sin inteligencia, siembran el caos y dividen al pueblo para manejarlo a su antojo.
Queremos un país libre, democrático y justo. No queremos dictaduras civiles, ni militares, no queremos pertenecer al grupo de naciones en el que se perdieron todos los derechos y se tienen todas las obligaciones. No queremos que nos impongan el silencio como una política de Estado, ni que el derecho a la libre determinación nos sea arrebatado, violando groseramente lo establecido en la Constitución Nacional, esa que quieren destrozar.
Y la quieren despedazar para hacer de este rincón maravilloso del mundo, lleno de desigualdades e injusticias, una mesa de ensayo del mesianismo más sociopático y psicopático que pueda existir: el de “los redentores” de pueblos, que creen desde su óptica llena de cataratas y nubosidades ser los “salvadores”, cuando en realidad no pasan de ser enajenados mentales, que cautivan fanáticos y siembran odios, dividiéndonos para gozar con la destrucción de una república que ya ha tenido las heridas de haber sido desmembrada muchas veces, perdiendo territorios por los cuatro costados, cediendo mar y regalando tierra.
Es hora de levantarse pacíficamente para oponerse al régimen solapado que nos quiere imponer un hombre de pantalones cortos, sin experiencia en el manejo del Estado, para cumplir los mandatos de su “amo y titiritero”, y las de los poderosos que lo patrocinaron.
Este ha sido sin duda el peor gobierno que ha tenido Colombia en los primeros 100 días. Pero eso no es nada, lo peor está por venir.
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