“Yo propondría que los políticos no fueran personajes públicos”.
Jorge Luis Borges
No ha sido suficiente con el espectáculo de circo de mala muerte al que hemos asistido. Nos tenían preparado algo peor. No importaba que el que fue nombrado careciera de experiencia, que no tuviera el menor andamiaje de estadista, que fuera la imposición de un curtido hijo de arriero, convertido en jefe de Estado, el que lo impusiera a dedo, para que manejara los destinos de este país como se maneja una finca agrandada con baldíos. No había nada que hacer. Lo eligieron los que le creyeron a su discurso “galanista” con melodrama uribista, convencidos con trampas. Aquí se trataba de alguien con capacidad de ser el timonel.
Solo que su falta de experiencia, su licencia para conducir un país, conseguida sin pasar los exámenes y las pruebas rigorosas que se deben exigir a los “conductores”, nos pondrían en manos de alguien que habla mucho y hace poco. Un hombre que prometió todo lo contrario a lo que ha hecho. Un individuo que no tiene coherencia entre lo que dijo, piensa y hace. No estamos en la economía naranja. Es el cuatrienio del aprendiz.
El problema es que esta improvisación, todo este cúmulo de ejecutorias que no pasan de ser un mandado, le han dado otro golpe artero a nuestra ya deteriorada democracia. Reeditamos a diario la vergüenza de país subdesarrollado e inequitativo, sin que parezca importarle a alguien. La economía naranja solo ha servido para demostrar que para eso de exprimir son expertos, pero no saben repartir el jugo, ni tienen idea de donde colocar las cáscaras. Basura política en entrega de última edición.
Aquí estamos y aquí seguimos, viendo la falta de un líder de verdad, que sea conductor con capacidad para llevarnos a puerto seguro, en medio de estas aguas agitadas que presagian mal final. Es que para ser presidente de una república, por subdesarrollada que ella sea, si se quiere gobernar con dignidad y con independencia, se necesitaba mucho más que un aprendiz. Sí, se necesitaba a alguien preparado de antemano; pero sobre todo, alguien que contara con capacidad para no dejarse manipular por su patrocinador y mentor.
Estamos en la actuación de una telenovela de regular estofa y peor actor, reeditando “En cuerpo ajeno”, con la diferencia de que es a los colombianos del común a los que se nos eriza no solo la piel, sino todo el cuerpo, cuando vemos que navegamos a la deriva y estamos perdidos en medio de la nada política.
Porque el interés no es el bien común, asistimos a esta opereta, que promueve el “innombrable” para acabar con la institucionalidad. Propone cerrar las cortes, acabar con la JEP, imponer el Estado de Opinión por encima del Estado de Derecho, ese que dice en nuestra Carta Magna somos. Para que esa travesura malintencionada políticamente sea posible, se necesitan medianías en el poder, multitudes alucinadas, a las que no mueve la razón y el bien común, sino que son hinchada, barras bravas de un equipo de perdedores, que actuando como ganadores llevan el país al desfiladero.
¿Hasta cuándo tendremos que aguantar esta parodia política, que simula legalidad, burlando todos los acuerdos, incumpliendo todas las promesas? Un gobierno que presenta cifras acomodadas de nuestra realidad, que deforma nuestro cotidiano, para que con medios que les sirven arrodillados de estafetas, en propaganda política pagada, nos hagan creer que vamos bien, cuando la verdad vamos mal. El desempleo disparado; el ingreso de los colombianos con proporciones de desigualdad inaceptables. En fin, todo un andamiaje montado en procura de mantener en el poder, lo que una vez se promocionó con “Seguridad Democrática”, que se reeligió con compra de votos de congresistas; la que quería eternizarse como cualquier dictadura civil de las que abundan en nuestros alrededores.
Es hora de corregir el rumbo. Es ahora o es nunca. Si seguimos como vamos, regresará a nuestra patria la guerra cruel a la que hemos estado sometidos durante decenios; descuartizarán la Jurisdicción Especial para la Paz, porque no es una prioridad conocer la verdad y reparar las víctimas. En fin, si el aprendiz no da un giro de 180 grados, nos dirigimos al desfiladero institucional y a la debacle de una ya raquítica democracia.
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