“Yo no amenazo, no acostumbro amenazar. Solo advierto una vez. El día que me toquen alguno de mis hombres se acaba el estado de derecho”. Augusto Pinochet
Esta frase pronunciada por el genocida, delincuente y dictador que decía estaba defendiendo un país, pone sobre la mesa la verdadera importancia que tiene en un Estado el cumplimiento de las leyes, sin trampas y bajo el escrutinio libre de los ciudadanos. Porque ya se ha dicho que “El Estado de derecho representa la existencia de un ordenamiento jurídico objetivo que se impone a gobernantes y gobernados, determinando su completa e integral sujeción a la Constitución y la ley”.
Las democracias asumen fortalezas y debilidades. Su mayor debilidad es la de la incapacidad que tienen, sin ser autoritarias, para mantener el orden. Hacerlo a la brava, hace que pase al cenagoso terreno de las dictaduras. Algo bien claro, pero hipócritamente disimulado, en un partido político que comportándose como una secta, dice con impostura ser seguro y democrático, a sabiendas de que la seguridad, así proclamada, es una de las características de las dictaduras. Eso sin contar con que las democracias no han sido siempre seguras.
Un Estado Social de Derecho, como creemos es el nuestro, o al menos como lo establece la CN cuando se refiere a él, tiene que ser respetuoso de la legalidad y, aunque no nos guste, ceñirse a lo establecido en derecho. No hacerlo nos convierte de un solo golpe en una endeble democracia, falseada por los que a punta de engaños y mentiras ostentan el poder, que toma el camino tortuoso de la tiranía civil, tan hipócrita, solapada, impúdica y sofisticada que hace que la democracia se desmorone, para que en la realidad tengamos un grupo político haciendo a su antojo todas las ilegalidades, sometiéndonos a la vergüenza de seguir perdiendo nuestra dignidad desde hace tantos años, pero especialmente en los últimos 20, en los que ha sido bastante pisoteada, muy burlada, harto ultrajada, desmesuradamente mancillada, irremediablemente destruida.
¿Hasta dónde queremos llegar, siguiendo el rumbo que nos han trazado los políticos que ahora manejan este país a su antojo, sin que importen mucho el respeto a las leyes, a la legalidad, a la verdad, a la justicia, a la decencia?
¿Podemos permitirles, sin oponernos, a que estemos destinados a convertirnos en una autocracia disfrazada de seguridad y de democrática, cuando lo que vemos, oímos y comprobamos hacen, es todo lo contrario a lo que prometieron? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que los que son elegidos, independiente de que haya sido con trampas, inculcando miedos, nos gobiernen haciendo lo contrario de lo que pregonaban en ese discurso demagógico con el que lograron engañar a millones de incautos y continuar con el apoyo de muchos fanáticos?
Es hora de despertarnos de esta realidad a la que estamos enfrentados; esa realidad macondiana en medio de la que vivimos, para no terminar permitiendo la expansión de una política que es contraria a toda la expectativa que habían creado, con promesas falsas que contradicen el discurso con el que se hicieron al poder, para continuar en la hegemonía mesiánica que ahora nos caracteriza, desde la elección del hoy senador Uribe, que violando normas elementales, prolongó su periodo como Jefe de Estado, cambiando las reglas de juego que teníamos sobre el camino; fue solo el cambio de “un articulito” de nuestra Constitución, haciendo trampas y comprando votos indecentemente. Yidis todavía está viva para testimoniarlo.
Una cosa es que repudiemos sin temor y que rechacemos sin descanso el acto demencial en el que fueron asesinados indefensos compatriotas, como un clamor en el que todos deberíamos estar unidos, si la solidaridad fuera uno de nuestros valores. Otra cosa muy distinta es tratar de desconocer protocolos que se firmaron entre un gobierno y una organización al margen de la ley, con países que sirvieron de garantes de las negociaciones, con reglas claras que fueron firmadas para actuar en el caso en el que se rompieran las negociaciones.
No respetar esos acuerdos nos convierten de un solo tajo en una república sin garantías de legalidad, sin verdadera disposición democrática, con vocación de incumplimiento a las leyes que nos rigen, esas que fueron redactadas y acordadas por actores políticos, sin contar con la verdadera sociedad civil, no la subcontratada en la Constituyente del 91.
Presidente Duque, combátalos sin descanso, arrincónelos; use el poder legal de nuestras Fuerzas Armadas, pero no viole lo que estaba previamente acordado. Hacerlo, le quita credibilidad a cualquier compromiso que se haga en el futuro.
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